Alberto Moyano
Al modo del Cid Campeador, el oso Mitrofan se dispone a ganar su última
batalla después de muerto. Y es que a alguien le puede salir el tiro
por la culata a cuenta de la Administración de Justicia que, encarnada
en las personas del fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier
Zaragoza, y del juez Grande-Marlaska, toma hoy declaración al autor del
artículo ‘Las tribulaciones del oso yogui’ y a los de una viñeta en
‘Deia’ sobre el mismo tema: la supuesta caza en Rusia de un oso
borracho, llamado Mitrofan, por parte del Rey Juan Carlos. Según el
fiscal, en el artículo publicado en ‘Gara’ se «imputa el carácter
de alcohólico a S.M. El Rey».
Mala política ésta de abrir diligencias por injurias a la Corona: si
hay condenas, el caso va a resultar insoportable a la luz del derecho
comparado, teniendo en cuenta la imagen etílica que universalmente se
difundió de la reina madre de Inglaterra, sin que terciara juez alguno.
Si hay absolución, se invita a alcanzar la notoriedad pública –así sea
efímera–, a base de zarandear la imagen del monarca, con el
consiguiente riesgo de convertirle en el pin-pan-pún de la feria
mediática.
Mal asunto también el de camuflar las aficiones del Soberano,
descartadas por supuesto las referencias al alcohol: de hecho, hay
quien opina que su presunto gusto por las cacerías, su pasión por las
rancheras –sólo equiparable a su alergia a la música clásica–, y algún
que otro hobby expresado en forma de recurrente rumor casan mal con la
imagen del hombre que diseñó la transición y salvó la democracia.
Pues vale, no serán ésas, pero alguna afición tendrá, al margen de la vela y el esquí.