Alberto Moyano

El presidente de la Real ha anunciado que gracias a la Real “los guipuzcoanos también gozan, como nosotros, de muchos orgamos”. A falta de que los aludidos/as confirmen ese “como nosotros” de inequívoco aroma fantasmal, sorprende que diga eso quien horas antes hablaba de un verano ártico de sesenta días y ninguna noche.

La noticia es buena, pero fiel al carácter patrimonializador y la pulsión absorbente que caracterizan a su autor, deja un enorme retrogusto a apropiación indebida. Por decirlo con otras palabras: ¿cuántas de estas gloriosas y caudalosas cópulas no serán debidas al Bruesa, a Fernando Alonso, a la bandera de La Concha o al torneo manomanista?

En todo caso, las palabras del presidente llevan implícitas la promesa de convertir el territorio histórico en un gigantesco sambódromo en el caso de confirmarse el ascenso. La alternativa -el no ascenso- se podría traducir por un “todos los ahorcados mueren empalmados” que cantaba Siniestro Total.

Han sido mucho años de misionero con la muñeca hinchable, viene a decir Badiola en alusión a sus predecesores en el cargo. Ahora, toca dar rienda suelta a nuestros instintos. A cambio tan sólo de hacer el ridículo a página completa en la prensa nacional -una minucia-, el cerebro consultor anuncia el reparto de orgasmos como si fueran entradas. Si de los gallegos se dice que nunca se sabe si suben o bajan, con la Real no hay forma de aclararse si se viene o se va.