Alberto Moyano

Qué optimismo antropológico o, simplemente, qué alejamiento de la realidad social debe animar a la Iglesia Católica para considerar que la lujuria, la gula, la avaricia, la pereza, la ira, la envidia y la soberbia han quedado obsoletas. El caso es que, inmersa en su permanente proceso de modernización, la jerarquía eclesiástica se ha puesto al día con una nueva lista de pecados capitales, aunque se ignora si sustituye a la anterior o simplemente la amplía.

“No te enriquecerás hasta límites obscenos a expensas del bien común”, señala el nuevo mandato. A falta de concretar dónse se sitúan esos “límites obscenos” se hubiera podido dejar en “no te enriquecerás”. Significaría lo mismo y sería más sencillo. “No tomarás drogas”, añade el santo redactor, que no especifica con qué frencuencia ni si incluye el tabaco entre las sustancias prohibidas, pero que envía al infierno de un plumazo a medio pelotón ciclista y a prácticamente la totalidad de atletas olímpicos que preparan su viaje a China.

Además, el texto incluye prohibiciones insólitas para el común de los mortales: “No realizarás manipulaciones genéticas. No llevarás a cabo experimentos sobre seres humanos, incluidos embriones”. Tan estéril como prohibir a la gente que camine sobre las aguas o que multiplique los panes y los peces.

Finalmente, la Iglesia amenaza con el averno a quien no recicle la basura, sin tener en cuenta que buena parte de su feligresía no es competente en ese terreno ya que cuenta con los servicios de una o varias chachas que se encargan del tema. Por no hablar de lo extravagante que resulta hablar de reciclaje en algunas zonas del Tercer Mundo en las que no hay qué reciclar.