Alberto Moyano
Ecaso De Juana se desliza imparablemente hacia el esperpento. Y cuando el proceso concluya, el interesado será el primero en lamentarlo.
Sus veintiún años de condena cumplidos por veinticinco asesinatos no será probablemente la ecuación más insólita de la historia judicial española, pero su descontrolado gusto por la celebración impúdica de otros atentados, así como sus artículos en prensa y sus huelgas de hambre, le han convertido en carne mediática.
Se libró de la doctrina Parot, pero todo apunta a que no lo hará de la doctrina Capone, consistente en dictar condenas mayores por delitos menores. De hecho, más allá de la contextualización histórica que acompañaría una eventual sentencia, escuchar que la fiscalía estudia acusarle de apología del terrorismo por la frase “adelante la pelota” produce un cierto estupor. Lo que resulta incontrovertible es que De Juana no podrá volver a ser condenado por sus crímenes.
A la vuelta de vacaciones, le espera un implacable proceso de banalización del que saldrá depurado. Una tropa de periodistas apostada a la puerta de su casa en San Sebastián aguarda su llegada, micrófono en mano.
Esto significa que su destino es aparecer tarde o temprano en los telediarios emulando involuntariamente a Belén Esteban, subiendo y bajando de taxis a la puerta de su casa, cargado de bolsas de la compra, mientras simula que habla por el móvil para eludir las preguntas de los periodistas.
Y como estas cosas se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban y cada impulso tiene su inercia, y cada género, su formato, el día menos pensado -pero que, sin duda, llegará- el hombre tendrá que enfrentarse a la pregunta definitiva que, formulada de forma inocente, le dará la puntilla psicológica: “Iñaki, queremos saber qué tal va tu matrimonio y si por fin has encontrado junto a tu compañera la estabilidad emocional”.