Alberto Moyano
Ya sabemos qué afamado director diseñó la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Pekín, pero aún nos movemos en el terreno de las especulaciones a la hora de señalar a alguno de nuestros melancólicos directores como autor de la liturgia del cañonazo inaugural de Semana Grande. Algún discípulo de Garci, sin duda.
Viendo las imágenes grabadas el sábado en Alderdi Eder se comprueba cuánta razón tienen esos actores que destacan la sencillez que conlleva fingir la tristeza en comparación con simular la alegría.
Frente al cañón donostiarra, una pared de padres tatiturnos con el niño a hombros -un acto de amor a la ciudad- aguardan pacientes a que finalice el calvario, mientras a escasos metros, la inevitable y menguada cuadrilla -presente cada años, sea la misma o diferente en cada ocasión- simula, botella de cava en mano, desbordar alegría en el acto de incio de una semana festiva. El hecho de que todos ellos portaran este año camisetas en pro de la Capitalidad Cultural Europea para Donostia en 2016 aportaba la pincelada surrealista.
Hay fiestas que terminan con más ambiente que el que otras alcanzan a generar en su inauguración. El ‘Pobre de mí’ es un sambódromo al lado del cañonazo. No es culpa de nadie, ni siquiera de la coreografía del ‘Artillero, dale fuego’. Es una cuestión de carácter. Lo nuestro es lamer con deleite el helado sabor ‘hoy sólo tengo ganas de mirar’. Y el que quiera desenfreno que se vaya a al tertulia taurina.