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Alberto Moyano

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Los viejos

Alberto Moyano

El propietario del blog Pedradas/Harrikadak relata estos últimos días la evolución de su padre en una habitación del hospital, aquejado de alzheimer y convaleciente de una operación. La ocasión ha alumbrado múltiples consejos por parte de sus corresponsales, amén de numerosas muestras de solidaridad.

Aparece así en público un tema social que reúne las mejores características que le han consagrado como tabú: la vejez. El sistema, que lo asume todo, ha convertido el hippismo en una moda que viene y va, ha fagocitado el punk para regurgitarlo como planta joven de los grandes almacenes, ha convertido a los comunistas en vendedores de estatuillas de Lenin y ha domesticado a los sindicalistas hasta convertirlos en animales herbívoros. En la llamada tercera edad, el fenómeno de la exclusión social alcanza su máxima sofisticación.

Sólo la vejez se muestra inasequible a la reconversión rentable. Los ancianos son los auténticos ‘outsiders’ invisibles de la sociedad porque no tienen nada que ofrecer: ni posibilidad de éxito, ni belleza física, ni capacidad adquisitiva. Tienen poco de todo y ese todo va a menos.

Los tópicos acudirán al rescate y, sin mucho convencimiento, recurrirán a aquello de la experiencia acumulada y la sabiduría transmitible, una estruendosa falsedad por cuanto el anciano se mueve por un mundo que ya no es el suyo con esa enorme desvalidez que ya no exhiben ni los niños. Por lo demás, no se ha conocido a nadie que aprendiera algo en cabeza ajena.

Para rematar, la tendencia irrefrenable e involuntaria del anciano es generar entre sus allegados ese inconfesable miedo a no estar a la altura de sus necesidades, siempre crecientes y, tantas veces, inalcanzables.

Dice Philip Roth en ‘Elegía’, “la vejez no es una batalla; la vejez es una masacre”. Así lo parece. Le aconsejan al autor del blog que estreche entre las suyas la mano de su padre para regalarle ese contacto físico del que algunos -no parece éste el caso- andan tan ayunos. Está bien. Quizás no habría que esperar a tenerle en cama. Se podrían encontrar muchos motivos. Entre ellos, el miedo a la propia conciencia quizás sea el más mezquino, pero ofrece igualmente resultados asombrosos.


agosto 2008
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