La muerte iguala a todos los seres humanos, salvo a los donostiarras, que sólo se ponen firmes ante Lo mejor de la gastronomía. Arranca hoy este evento, más intelectual que cultural, y lo hace con una masiva cuchipanda en la que se pondrán a la venta 30.000 pintxos al precio de un euro.
El objetivo, una vez más, es la participación ciudadana, esta vez, amenazada por la crisis económica, amén de la lluvia. Ni una ni otra tienen algo que hacer en esta batalla de pulsiones desatadas.
La gastronomía es a Donostia lo que el sexo y el fútbol a Río de Janeiro. En el imaginario popular, tanto indígena como de quienes nos visitan, las barras y mesas de nuestros restaurantes son Copacabana y Maracaná, acontecimientos que merecerá la pena a la vuelta relatar a los amigos, con la ayuda incluso de un buen power point.
Puede que programaciones musicales y festivales se debatan en la zozobra a causa de la crisis financiera, pero Lo mejor de la gastronomía no corta el mar, sino vuela. La cita alcanza su décima edición con la habitual lista de invitados insignes y el puñado también habitual de estruendosas ausencias. Al hilo de los tiempos, los chefs más laureados subirán al escenario para ofrecer, bajo el disfraz de trucos y recetas, una auténtica lección de vida, historias de superación y biografías ejemplares. El mensaje es ‘sí, la vida es justa con quien se esfuerza’.
Y tienen toda la razón. Su talento creativo, unido a dios sabe qué imaginativas fórmulas económico-laborales, ha disparado el nivel gastronómico del país hasta lo más alto, sin perjuicio de que actividades marginales como pelar patatas, picar cebolla y fregar platos permanezcan inalterables desde los tiempos de la pre-nueva-cocina-vasca.
En última instancia, Lo mejor de la gastronomía es autoayuda en su fórmula deconstruida: un poquito de autoestima, por aquí; un puñado de sacar pecho, por allá; unas gotitas de ficción Michelin; y dejar hervir a fuego muy lento durante todo el año año hasta conseguir un magma indisoluble.
A la espera de que el ciclista nudista Irwin sea proclamado, si no Tambor de Oro, al menos sí Pintxo del Año, sumerjámonos un año más en esta simbiosis perfecta entre pulso ciudadano y digestión que acoge el Kursaal estos días. Saldremos del cubo (aún más) purificados.