La celebración hoy del Día de la lucha contra la Violencia de Género sirve para constatar que se trata de un fenomenal enigma del que apenas acertamos a conocer los mecanismos fundamentales que ayuden a su erradicación. Puede que, una vez más, nos encontremos ante un problema sin solución, como tantos otros.

Los políticos, por su parte, han aprovechado la ocasión para lanzar audaces llamamientos a denunciar cuantos casos conozcamos en nuestros entornos familiares, vecinales y laborales, so pena de complicidad. La invitación, cuya puesta en práctica produce pavor imaginar, debería al menos ir acompañada del ejemplo. De lo contrario, podría parecer que los políticos habitan en otro mundo.

En relación con el acto celebrado la pasada Semana en las Juntas de Gipuzkoa, se aconseja evitar que las adhesiones a este tipo de manifiestos y proclamas vayan acompañadas del inevitable ágape en el que los abajo firmantes explican su postura solidaria ante las cámaras de TV, mientras se rebañan los molares con la lengua. La sensación de que hasta podrían estar pasándoselo bien perjudica la ejemplaridad del acto y, sobre todo, redunda negativamente en la sensación de soledad que aqueja a las víctimas.