Apenas apagados los ecos de la polémica en torno a la cúpula-abraza-civilizaciones de Barceló, estalla ahora la protesta de los 250 músicos vascos que han firmado el manifiesto en contra de la “escandalosa” ayuda de más de 700.000 euros concedidos por el Gobierno Vasco a Kepa Junkera por su disco ‘Etxea’ , una vez más, a la mayor gloria del mestizaje, concepto que algún intelectual debería tomarse la molestia de definir y, en su caso, acotar. Por ir adelantanto trabajo, quizás se podría situar al circo de Buffalo Bill en los orígenes de este fenómeno, entendido siempre a la manera Junkera, por supuesto.

En su afán por mantenerse dentro de los límites de la correción política, los firmantes obvian lo que es el núcleo central de la cuestión y, en útlimo término, lo único importante: la calidad del trabajo subvencionado. De hecho, si estuviéramos hablando de un trabajo seminal y de referencia -como en su día fue el ‘Graceland’ de Paul Simon-, la ayuda aprobada se habría quedado incluso corta. La indignación surge ante la sospecha de que nos encontramos ante un auténtico pelotazo del euskomarkenting.

Desde el punto de vista comercial, Junkera se apunta un nuevo éxito navideño, por cuanto este tipo de amables productos multiculturales con aroma a piscifactoría y firmados -para qué engañarnos- por animales de granja arrasa entre las clases acomodadas, cuyo concepto del mestizaje es asistenta colombiana almuerzo en el kebap. Cochambres como el celebrado ‘Lágrimas negras’ de El Cigala y Bebo Valdés así lo atestiguan.

Desde el punto de vista artístico, sin embargo, cabe preguntarse qué aporta a la canción en euskera la participación de mercenarios cualificados como Ana Belén o Miguel Bosé. El disco, probablemente tan académico como las rupturas de protocolo del rey cuando saluda a los incondicionales agolpados tras la valla, llega al mercado herido por la propia subvención, que otorga al disco la denominación de origen oficial, en este caso, oveja latxa.