A la supuesta huelga encubierta de los pilotos de Iberia viene a sumarse estos días la que los jueces anuncian para el próximo mes de junio. Paradojas de la historia: la actual división social del trabajo hace que las protestas laborales del proletariado pasen prácticamente desapercibidas para finalmente resolverse mediante la intervención de los antidisturbios, mientras que las convocadas por las castas altas consiguen hacer que tiemble el poder.
La huelga que se está macerando en la magistratura, cuyas reivindicaciones combinan atrezzo -mejoras de las condiciones laborales- con sustancia -aumento de los salarios- presenta un par de características propias.
La primera es que su líder espiritual es el juez Tirado, quien a través del ‘caso Mari Luz’ nos enseñó de una vez por todas que la Justicia no es ciega, sino que tiene un ojo vago y quien dice uno, dice el otro, amén de otros órganos afectados por la misma dolencia. En este sentido, Tirado dejó de ser un apellido para convertirse en un estado de ánimo y quién sabe si en el futuro, en una forma de presión.
La segunda característica es el improvisado lema de la futura huelga, que lleva la firma de los hijos del citado juez y aroma ligeramente pijo: “Papá, p’alante”. De consumarse la convocatoria de la protesta, las movilizaciones resultarán claves en casos como el de Tirado, en el que jornada laboral e inacción han llegado a confundirse.
Fracasó el intento de la clase obrera de hacer la revolución con el ‘Manifiesto Comunista’ de Marx debajo del brazo. Ahora, las elites lo vuelven a intentar, pero esta vez, bajo la inspiración de su yerno, Paul Lafargue y ese ‘Elogio de la pereza’ en el que dejó escrito que “el fin de la revolución no es el triunfo de la justicia, de la moral, de la libertad, y demás embustes con que se engaña a la humanidad desde hace siglos, sino trabajar lo menos posible”.