1) La climatología tormentosa del lunes declaró un alto el fuego unilateral a medianoche para despedir a Juan Mari Abad como tambor mayor de Gaztelubide. A su lado, Markitos, al que no se podrá calificar de “su inseparable Markitos” dado que no contempla su relevo ni como mera hipótesis. Los planos cenitales que ofreció TeleDonosti permitieron descubrir que el gorro de tamborrero de Odón Elorza carece de tapa, a la manera del doner kebab, dejando ver en sus mejores momentos la popular coronilla del alcalde. En la plaza, ligeramente menos pancartas que de costumbre y algunas, como la de “amnistía”, en tamaño bolsillo, si comparamos con la de años anteriores.
2) El Tambor de Oro concedido a la Donosti Cup y entregado a la persona de su director, Iñigo Olaizola, constituye uno de los pocos casos de los últimos años en los que la distinción donostiarra se explica y justifica en sí misma. Olaizola, notable en su discurso matutino, incurrió por la noche en el desliz televisivo de proclamar que el galardón le llenaba “de orgullo y satisfacción”. ¡Cuánto daño ha hecho el mensaje navideño del monarca a la espontaneidad popular!
3) La retransmisión de la tamborrada infantil evidenció que los desfiles ordenados en rigurosa formación son cosa del pasado. Ahora, con la mirada puesta en el ejército de Pancho Villa, los niños aporrean el tambor en riguroso desorden y mientras mascan chicle. Por lo demás, las cámaras no concedieron la importancia que merecen a los ‘padres-grábalo-todo’, discípulos de las snuff-movies y auténticos protagonistas de la fiesta.
4) Previamente, el equipo de reporteras de TeleDonosti volvió a dar lo mejor de sí mismo al enfrentarse una y otra vez con el niño, ese personaje encriptado e imposible de descrifrar mediante entrevista micrófono en mano. Toda la batería habitual de preguntas anti-baby -es decir, aquéllas que no pueden ser contestadas ni con un “sí”, ni con un “no”- se estrelló contra la inquebrantable resistencia infantil y su firme decisión de evitar a toda costa que el periodista le extrajera una oración simple en condiciones.
5) La programación especial de la cadena local estuvo salpicada de anuncios, entre los cuales emergía una y otra vez un clásico festivo: el de la emblemática peluquera donostiarra, cuyo porte, tono de voz, presencia estética y besito en la yema de los dedos haría poner pies en polvorosa al mismísimo Sarriegui. Su mera aparición en pantalla resquebraja cualquier esperanza en un futuro mejor e invita, en definitiva, a dejarse una melena que ni Romina Power.