El alcalde de San Sebastián, Odón Elorza, y el diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano, se juntaron ayer para proclamar una buena nueva: Donostia ganará la carrera por lograr la Capitalidad Cultural Europea 2016. Ya lo sospechábamos, pero necesitábamos la confirmación. 

Las razones las expuso el alcalde y cuesta creer a que a la luz de su contundencia aún haya otras veintitantas ciudades españolas obstinadas en competir: ambición, pasión y ganas, un apabullante despliegue de sinónimos que nos habrá hecho ganar varios puntos.

En la cuestión de la Capitalidad Cultural Europea, se admiten tanto posturas a favor como en contra, por no hablar de las dubitativas o las indiferentes. Tan sólo está proscrita cualquier pregunta dirigida a interesarse en qué consistirá concretamente el asunto, de consumarse la hazaña.

Sea como fuere, el tema vale la pena. Hasta que en 2011 la criba dé al traste con la aspiración de todas las candidatas salvo las tres finalistas, nuestros dirigentes tendrán una inmejorable oportunidad de seguir manejando con soltura las nuevas palabras-talismán: “liderazgo compartido”, “idea-fuerza”, “eje tractor” y hasta “corredor costero”.

En cuanto a la población, tres cuartos de lo mismo. De hecho, cualquier queja ciudadana que aspire a ser tenida en cuenta debe ir rematada con la feliz coletilla: “¿Así queremos ser capital cultural?”, una fórmula que desarma al contrincante y que obliga a aceptar de inmediato cualquier exigencia vecinal, independientemente de cuál sea su naturaleza.