El alcalde de San Sebastián ha pedido que se celebre una ‘cumbre’ para abordar la situación de los menores magrebíes instalados en los pisos de acogida de la Diputación.
El motivo, la oleada de delitos que han provocado la detención entre el miércoles y el jueves en Donostia de dos de estos jóvenes. Pueden parecer pocos, pero bastan dos puntos negros para estropear un paisaje nevado y ya se sabe que el vasco no roba.
La ‘cumbre’ promete ya que reunirá a representantes de los sectores más despreciados los adolescentes tutelados. En riguroso orden de mayor a menor desdén: policías municipales, agentes de la Ertzaintza, cargos judiciales y educativos, además de representantes municipales de las localidades más afectadas.
El problema es que las dos únicas medidas punitivas presuntamente eficaces en opinión de las gentes de orden -encarcelamiento y/o expulsión- aparecen fuera del alcance legal de los participantes en tan alto encuentro.
Por otro lado, apenas catorce de estos individuos -calificados como peligrosos o conflictivos- concentran buena parte de unas fechorías que, invariablemente, empiezan y acaban en el apaleamiento de algunos de sus compañeros.
El tema es de una complejidad tal que admitiría, no ya una ‘cumbre’, sino incluso una mesa permanente. Eso sí: en el centro del problema se sitúa una cuestión minusvalorada pese a su potencialidad: el aburrimiento, también conocido como ‘nada que hacer.
Mientras el régimen de vida de estos jóvenes magrebíes consista en levantarse de la cama y pasear su desorden mental de dieciséis años y pegamento por las calles durante todos los días del año y año tras año, la solución estará muy difícil. La reiteración sin fin de tal menú terminaría por empujar al vandalismo incluso a los ancianos de Txara II.
A la espera de que se produzca la cita y florezcan los resultados, los foros de internet sirven para dar la medida de hasta qué punto lo mendaz vive instalado entre nosotros: después de diecinueve horas de monólogo on line a base de 80 redundantes mensajes exigiendo mano dura y expulsión, aún hay margen para que un ciudadano cualquiera, al que llamaremos 81, se anime a encender el ordenador, entrar en la correspondiente noticia y reclamar mano dura y expulsión.