Veinticuatro horas después de que la ministra de Economía, Elena Salgado, asegurara públicamente que ve “brotes verdes” -en lo que constituye una confesión con efluvios a marihana impropia de la que fuera ministra antitabaco-, el misterio se ha desvelado: era el árbol de Gernika.
Por allí ha merodeado esta mañana el lehendakari López, de la mano de su mujer, quizás en un intento de emular a Obama y Michelle en su paseo triunfal por Washington. López venía a jurar el cargo.
Tras anunciar que descartaba adoptar la tradicional fórmula del “humillado ante dios”, las apuestas se inclinaban por la también añeja “cautivo y desarmado”, pero finalmente ha elegido un barojiano “de pie en la tierra vasca” que ha sonado antiguo ya en su estreno.
En un último acto de servicio a la sociedad, el tripartito ha vuelto a asumir el papel de genuino intérprete de los auténticos sentimientos del pueblo, renunciando al aplauso fácil y adoptando durante todo el acto las dos posturas fundamentales del vasco: brazos cruzados o manos en los bolsillos.
Ahora llega el momento de la verdad, en el que habrá que ver cómo dos personalidades contrapuestas -uno, fan de los directos de Springsteen; otro, seguidor de los playbacks de Pignoise- salvan sus abismales diferencias y se ponen de acuerdo para liderar esa parte del país que aún queda disponible.