Aquí deben rodar cabezas. Los hechos hablan por sí solos: la visita de un grupo de escolares a la Academia de Ingenieros del Ejército del Aire de Hoyo de Manzanares. El hecho de que la actividad extraescolar coincidiera con un supuesto brote de gripe A en el acuertalamiento ha permitido ocultar un escándalo mayor -la visita en sí misma- mediante su solapamiento con una polémica menor -la oportunidad o no de la visita-.
¿Qué se supone que pueden aprender de provecho los niños en los cuarteles? ¿Son compatibles estas visitas con la asignatura de Educación para la Ciudadanía? ¿Ha querido la fortuna que el brote griposo sirviera para aleccionar a los estudiantes en lo que se conoce como inteligencia militar?
A los tradicionales y ya conocidos valores castrenses -obediencia ciega, promoción del más chusquero, exaltación de la muerte, música espantosa, justicia inverosímil, patriotismo ramplón y culto a la novatada, por citar tan sólo algunos-, se han sumado recientemente, vía juicio por el caso del Yak-42, unas últimas incorporaciones: alergia a la responsabilidad, desprecio hacia los subordinados y un tufillo alcohólico que ayuda a entender de qué hablamos cuando decimos que un contingente militar está en misión de pub.
Esperemos que, si no el Ministerio de Defensa, al menos sí el de Educación proscriba de inmediato estas incursiones escolares en el territorio de los uniformados, que nada bueno pueden reportar a los menores en proceso formación, y las sustituya por aquellas entrañables visitas a la fábrica de Coca-Cola, lo más parecido que mi generación llegó a estar de aquel supuesto hombre que daba drogas a los niños a las puertas del colegio, mítica figura contra la cual siempre nos previnieron, pero de la que finalmente jamás llegamos a tener noticia.