Coincidiendo con la llegada del verano, he aquí una breve lista de factores, tan aleatorios como definitivamente inevitables, que convierten a los usuarios del transporte público en fanáticos de lo extremo y ejemplares hiper-evolucionados en materia de resistencia, tanto física como psíquica:
1) El pensionista que no acierta con la tarjeta: suelen ocupar indefectiblemente el primer puesto en la cola de la parada. Los pitidos enloquecidos de la máquina picadora anuncian su entrada en el vehículo. Su tarjeta jamás funciona. Los motivos suelen ser varios: a) el conductor no ha activado la máquina; b) la tarjeta no tiene saldo. c) la tarjeta no es la del bus, sino el carné de la piscina. Una variante de este fenómeno, pero igual de efectiva a la hora de ocasionar idénticas colas, lo constituye el conocido como la ‘tarjeta ilocalizable’. El usuario sube disparado al autobús y una vez frente a la máquina, comienza a buscar frenéticamente la txartela, en enormes bolsos en el caso de ellas, en innumerables bolsillos repartidos por todo el cuerpo en el de ellos.
2) La charla gremial: es la que mantienen dos o más chóferes de autobús en estado de profundo ensimismamiento, ajenos por completos al resto del mundo. También hay dos variantes. La primera se establece en las paradas, entre un conductor al volante y otro que aguarda la llegada de su vehículo para hacer el relevo. La segunda es propia de los semáforos y la llevan a cabo dos conductores al volante a través de sus respectivas ventanillas. Los temas que se tratan en estas improvisadas tertulias suelen ser de carácter endogámico: a) “Yo ya le he dicho: si tú me haces el turno, vale, pero si no…”; b) “Yo ya le he dicho: si no pones un vehículo de refuerzo luego no te quejes de los retrasos…”; y c) “Yo ya le he dicho: no pienso cambiar las vacaciones porque ya lo hice una vez y aquí nadie te agradece nada…”.
3) El coche adelantado: el éxito de esta maniobra radica en su sencillez. No hay secretos. Consiste simplemente en que en el momento en el que el autobús se dispone a colocarse frente a la marquesina, una furgoneta de reparto -salida de no se sabe dónde- se le adelanta y ocupa la parada. De inmediato, un operario se baja de la misma y mientras abre la puerta de carga y descarga de la furgo, avisa: “Es un momento”. Desde el autobús, conductor y pasajero contemplan horrorizados que la furgoneta va cargada hasta los topes. La cosa suele acabar en concierto para grito y bocinazo.
4) El octavo pasajero: a la clásica figura de ‘la cuerda de niños’ cabe sumarle la de la compradora compulsiva. Los primeros son incansables, hacen trayectos largos y golpean ferozmente con sus enormes mochilas al resto del pasaje, merced a una inquietud interior que les impide permanecer estáticos. Las segundas realizan trayectos más cortos, pero resultan igual de letales, ya que llevan enormes bolsas de cartón firmadas por las más prestigiosas boutiques colgando de todas sus extremidades útiles. A diferencia de los primeros, prefieren viajar sentadas, lo que se traduce en que las bolsas y sus portadoras necesitan un doble asiento. Por supuesto, no liberarán el ocupado por las bolsas ni aún en el caso de que entre en el autobús una sexagenaria coja y embarazada de ocho meses.
5) El interruptor: este individuo, que probablemente viaja en el bus desde su primera parada por cuanto jamás hubo alquien que le viera subir, se coloca junto al conductor y completa uno o varios recorridos completos pegando despiadadamente la hebra con el chófer. Muchas veces se trata de un conocido del conductor, pero no es estrictamente necesario que lo sea. Los temas de la conversación suelen ser de lo más variados, excepto si el conductor es conductora. En este caso, el interruptor diserta sin parar sobre la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, incluso en puestos de máxima responsabilidad, mientras evoca sin un ápice de nostalgia aquellos tiempos en lo que, al volante, uno no tenía más remedio que exclamar: “¡Joder, si es que van como locas!”.