Una ONG recorre las fiestas del País Vasco ofreciéndose a analizar rigurosamente la pureza y calidad de las drogas adquiridas por los usuarios a fin de evitarles sustos innecesarios.
Una aplicación extensiva de esta iniciativa a otros productos a la venta daría seguramente al traste con buena parte del sector milagrero que inunda establecimientos y teletiendas porque “futbolista brasileño fichado por el Real Madrid” es tan sólo la segunda acepción del término kaka.
Precisamente, la Policía arrestaba ayer a dos médicos que presuntamente se dedicaban a la distribución de píldoras -también presuntamente adelgazantes- nocivas para la salud desde tres clínicas situadas en Eibar, Portugalete y Barakaldo. La redada policial se producía precisamente en los estertores de la ‘operación biquini’.
El negocio de los adelgazantes milagrosos constituyen el ramo más arriesgado del negocio del negocio del ‘feel good’, por cuanto -a diferencia de lo que sucede en el caso de la inteligencia emocional- implica el reparto de pastillas, inocuas en cuando se opte por la vía placebo y dañinas, si lo que se pretende es que, en efecto, el cliente adelgace.
Fuera de toda discusión queda el hecho palmario de que cualquier producto que prometa pérdidas de peso y mejora del aspecto físico cuenta con una cuota de mercado impermeable a cualquier argumento sanitario, al margen de cuestiones como precio, procedencia y avales médicos.
Por extraño que parezca, todo este negocio se levanta sobre un perfecto imposible disfrazado de utopía al alcance de todos: ser feliz en la playa. Vamos, una quimera. Ni se molesten en intentarlo.