Durante los últimos treinta años, poco o nada se ha sabido de las esposas de los tres lehendakaris que en este tiempo han dormido en Ajuria Enea. Apenas que una era empresaria de embutidos, que otra aceptó ser madrina del tren txu-txu donostiarra y que una tercera era Begotxu.

No sucederá lo mismo con la cuarta, Begoña Gil, mujer de Patxi López, en quien los medios de comunicación creen haber descubierto una atractiva combinación de fotogenia, desparpajo, exotismo de barrio y un cierto grado de astucia aún por determinar.

Hace unos días, apenas instalada en Palacio, abría las puertas de Ajuria Enea a un fotógrafo y un redactor para el típico reportaje doméstico en el que la casa es la excusa para que su inquilina hable de sí misma.

Y Begoña Gil hablaba: “Sería injusto que se me viera como una mujer florero” (en realidad, es Patxi quién está bajo esa amenaza); “Tengo mi trayectoria” (sin duda); “ojo, que no soy su asesora” (excusatio non petita…); “representamos la diversidad de identidades que hay en este país” (¿cuál diversidad?, ¿no es un matrimonio monocolor?) o incluso “es Patxi, que viene”.

Durante la sesión fotográfica, se niega a posar con un libro titulado ‘Cómo hacerse millonario’ -que posiblemente ya habrá leído- y demuestra que domina varios registros humorísticos al asegurar que el hecho de haber nacido en un piso de cincuenta metros cuadrados de Otxarkoaga no le impedirá hacerse con la nueva casa: “Patxi y yo tenemos una gran capacidad de adaptación”, concluye.

Por lo demás, las fotos permiten adivinar -más que comprobar- hasta qué punto “rancio” es la palabra que recoge la esencia de Ajuria Enea, un edificio repleto de espacios lúgubres y crujientes, entre los que destaca esa sala de cuyas paredes cuelgan los retratos de los lehendakaris que en este país han sido.

Falta el de Ibarretxe porque aún lo están pintando. Picasso pintó el ‘Guernica’ en un par de meses. Viendo el ritmo de trabajo del artista, quizás debería ponerse ya manos a la obra con el de PatxiLo.