Se ha enfrentado a todos los obstáculos y, encima, ha tenido que hacerlo en solitario: los peligros del camino, las rampas interminables, los ataques de los rivales, las insidias de sus propios compañeros.
Cada día, ha amanecido con un sobresalto y cada noche, ha soportado el aislamiento que su propio equipo le ha impuesto. Y sin embargo, Alberto Contador ha vencido a todo y a todos. No asistíamos a una gesta semejante desde que Mariano Rajoy ganó el congreso del PP en Valencia.
Y ahí se acaban las similitudes. Porque así como el ciclista del Astana y su podio parisino serían puestos en cuarentena si se descubrieran indicios de que ha hecho trampa y descalificado de confirmarse éstos, en el caso de Rajoy la afición celebra con alborozo en cada curva del ascenso a La Moncloa su nivel de hematocrito en sangre.
Se ha dicho una y mil veces: así como el electorado de izquierda se horroriza ante la exposición pública de los chanchullos contables de sus formaciones políticas, el de la derecha respira aliviado porque la simple enumeración de las presuntas irregularidades en las finanzas de los conservadores refuerza su convicción de que estamos ante un líder sólido que sabe lo que se hace y un equipo directivo más que solvente.
Esta escuela de pensamiento político se alinea punto por punto con su gemela deportiva en el ámbito de la afición ciclista, según la cual, todos los corredores se dopan por igual. Por lo tanto, el que finalmente gana es, más allá de toda duda, el mejor.