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Alberto Moyano

El jukebox

Últimas caladas en el bar de abajo

Los fumadores asisten al debate sobre la reforma de la ley antitabaco que extenderá la prohibición a todos los espacios públicos con la misma actitud que los nacionalistas aguardan la moción de censura en la Diputación alavesa: “Si va a hacerse, que se haga ya”.


Vaya por delante que poco o nada hay que alegar, que todos los argumentos en favor del endurecimiento legislativo son inatacables y que si no lo fueran, ahí están los niños, siempre recurrentes a la hora de blindar ésta o cualquier otra prohibición que se pretenda sacar adelante.


Estamos ante el final de un modelo. El bar de toda la vida será sustituido -ya lo está siendo- por el de nuevo cuño, con pizarrita y tiza, horripilante mezcla de aula de la ESO, clínica estética e interiorismo catalán, en cuya barra los expertos en vinos no beben, sino que comparten experiencias estéticas mientras discuten sobre barricas de roble con nuevos ceporros cuyos padres ni sabían lo que era un baño doméstico.


La prohibición, por supuesto, se extenderá a las discotecas. Pronto veremos a los aficionados a las cosas de esnifar quejarse en la barra de que alguien ha estado fumando en el WC y ese ‘¿tienes fuego?’ que tantas puertas de la amistad ha abierto de par en par deberá ejecutarse extramuros.


Pues vale. Aquí van las palabras que Jean Vautrin dedica a estos viejos antros en el cómic de Muñoz y Sampayo ‘El bar de Joe’: “Porque hay horas demasiado pesadas para llevarlas a cuestas uno solo. Bien lo saben los exiliados, los desarraigados, los solitarios -parias de pisos amueblados, de cuartos turbios, de hoteles de mala muerte-, gentes marginales dispuestas a todos los excesos, a todos los paroxismos, a todos los desatinos con tal de ser el blanco de alguna mirada que certifique su existencia. ¡Hablar! ¡Comunicar!”.


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