Parece que sí. Tanto por lo de ‘último’ como por lo de ‘superviviente’. Bear Grylls es ese señor que cada que usted pone la tele, aparece en pantalla devorando flora, fauna, heces e incluso materia inorgánica.

Su actividad se basa en comer ininterrumpidamente, con la pasión de un bulímico, en ambientes supuestamente hostiles pero que ahora se revelan como ‘territorio dominguero’. Quizás por eso, su emisión coincide en algún tramo con ‘La cocina de Argiñano’, otro espacio destinado al estímulo del apetito.

El descubrimiento de que ‘El último superviviente’ es, en esencia, una gran farsa sido recibido por parte de la incondicional audiencia con un ejercicio de madurez democrática: “Por supuesto -ha venido a decir la masa espectadora-. Ya lo sabíamos, ¿y qué?”.

He aquí una muestra representativa que los sociólogos podrían utilizar en el estudio de los mecanismos que explican el comportamiento electoral del PP de Valencia, un terreno trufado de trajes y bolsos carísimos que, dicho sea de paso, harían la boca agua a nuestro hombre.

Sea como fuere, la aventura a día de hoy estriba en la gran cantidad de papeleos y burocracia que hay que sortear. Ahí está el caso de Laura Decker, la holandesa de 13 años a la que un tribunal de menores de Utrecht ha prohibido -por el momento- dar la vuelta al mundo sola en velero. Quizás la niña debió anunciar sus planes una vez ya en aguas internacionales.

La decisión sorprende en la medida en que el mar es pasto hace tiempo de todo tipo de navegantes de fin de semana y marineros de agua dulce, todos ellos peligrosísimos. Si hasta se permite que Marichalar esté todo el día arriba y abajo en moto naútica, ¿por qué se impide navegar a la pequeña Laura, que nació en un barco, y lo sabe todo sobre vientos y embarcaciones? No se entiende, a menos que sea, precisamente, por lo de Marichalar.