Ya sabíamos que ‘Gran Hermano’ era grande e incluso grueso. Lo que ignorábamos es que fuera tan pesado. Y encima, prácticamente, siamés. Una especie de organismo parasitario que, espoleado por el patológico entusiasmo de Mercedes Milá, fagocita por arriba y por abajo la programación entera de Tele 5.
Dicen los responsable del programa que la clave está en el casting y que el problema a estas alturas consiste en sorprender. Pues lo tienen difícil. Para lograrlo, tendrían que dejar al margen a transexuales, bisexuales, antropófagos, gemelos, trillizas y ex prostitutas o prostitutas en activo.
Por su parte, la afición asegura que los nuevos concursantes están demasiado resabiados y que ya saben que en la casa de Guadalix, como en cualquier otro plató de cine X, todo se magnifica. En realidad, es justo lo contrario: es el espectador quien ya se la sabe todas y al que apenas un vistazo le resulta suficiente como para vaticinar quién saldrá expulsado, quién se liará con quién, quién ha venido a ser él mismo, quién dirá “no cambies nunca” y quien proclamará “sólo aspiro a llegar a la final”.
Si, tal y como sostiene la Milá, todo esto es sólo -o sobre todo- un experimento sociólogico, hace tiempo que el laboratorio se trasladó de la casa del programa al salón del espectador, hipnotizado por el apasionante espectáculo de la nada manifestándose en su todo su esplendor.
A tenor de lo que cuentan hoy blogs y webs, los guionistas de la nueva temporada han optado por escribir una comedia de puertas, en la que cada concursante tiene un padre, un primo, una ex novia o un replicante al otro lado de la pared. Suena cautivador.
El programa, por supuesto, encabeza hoy la lista de los programas más vistos ayer en el País Vasco.