Somos los vagabundos del festival. Cientos y cientos de donostiarras y visitantes que hacemos cola para sacar entradas o para entrar en las salas. Esperando te relacionas, y eso está bien, aunque muchos soportan su timidez mirando al vacío. Hace falta un estímulo externo para empezar a charlar.
Por ejemplo, el otro día casi, casi, se organiza una asamblea ante la taquilla del Antiguo Berri. Una pareja pretendía ver una película de la sección de cine negro americano. Se sabían el título en castellano, el de siempre, pero en los folletos y en el programa informático de las taquilleras aparece en inglés. Lío. Más lío porque a las pobres taquilleras se lo han puesto muy difícil. En su programa no aparecen ni cines ni sesiones. Hace falta decir el título de la película. Así que estamos todos haciendo prácticas de inglés, chino o coreano cada vez que queremos una entrada.
Los dos de antes ni siquiera habían acertado con el cine. Estaban en el Antiguo y su peli la proyectaban en diez minutos en el Príncipe. A gritos buscaron una alternativa. ¿Qué te parece Corazón Salvaje? Dura mucho, nos vamos a pillar. Pero, cari si llegamos… Bueno, vale. Dos para Wild at heart o como se diga. El reloj corría tic, tac, tic, tac y la gente de la cola empezaba a impacientarse, pero más tarde que pronto se llevaron sus entradas y se fueron a ver a Sailor y Lula pasándolas putas que es lo que le gusta hacer a David Lynch con sus personajes.
La taquillera de al lado tenía un problema añadido con el idioma. Una mujer francesa quería entradas para ese momento y para más tarde. Se defendía en castellano, pero las erres no se le daban bien y tampoco coincidían con las erres del japonés en diez minutos que está aprendiendo a marchas forzadas la chica que despacha las entradas. Era difícil.
Cada minuto o minuto y medio, sacaba la cabeza a la lluvia del exterior y le gritaba a su compañero, que hacía cola veinte metros más atrás. Jean Luc, Jean Luc -palabra que se llamaba Jean Luc- c’est pas posible. Il y avait un autre? Jean Luc se acercaba y le decía el nombre de la otra. El mérito que tienen las de la taquilla. Se fueron con entradas para una sesión continua en el Antiguo.
Después vino lo de la otra cola. Sí, la de entrar al cine. Imagínense una fila que da la vuelta a la manzana y está a punto de llegar a Super Amara por la fachada del otro lado. Y en esto se enciende una luz que indica que ya pueden entrar los que van a la sala cuatro. Estupendo. Entran los que van a la sala cuatro y están en el vestíbulo. Los que están en la puerta de la inmobiliaria de Galdona a lo mejor escuchan una voz que les informa de que están entrando los de la cuatro. Los que empiezan a pensar si antes de entrar les da tiempo a hacer la compra en el súper… Esos no se enteran de nada.
La cola ni se mueve. Ahora ya pueden entrar los de la sala cinco, pero tampoco se entera casi nadie. Es la hora de iniciar la proyección y en la cola hay cada vez menos paciencia. Ni saben que ya podrían estar dentro. Pero estamos en el festival y sobra buen rollito. Alguien sale para informar. Se corre la voz. Van entrando. Como el follón es incontenible, se habilita la salida para que la gente pueda acceder a las salas. Maldición se ha terminado una película y la 7 se vacía mientras entran los de la 3. Atasco monumental. Paciencia. Poco a poco.
No se lo creerán, pero entramos todos. Las películas se proyectaron. No hubo quejas ni alborotos. Nicolas Cage, tenía jornada intensiva el pobre, lo bordó en la mía. A la salida había paz en la calle y un par de colas como siempre. La gente estaba contenta. Nos había gustado lo que acabábamos de ver. Los vagabundos de las aceras disfrutando del festival en estado puro. Cine a todas horas y buena voluntad. No nos enfadamos ni con la lluvia ni con las esperas ni con las malas elecciones porque después de tres días llevo una buena, una decente, una de serie Z pero divertida y tres sencillamente infumables. Pero ésa es otra historia. Se la pienso contar… Si entre cola y cola me dejan tiempo.