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Fernando Becerril

El bisturí

Qué ganas de discutir

El festival se endulza a medida que se acerca el desenlace. En las últimas horas mi balance es positivo y hasta el café del Picachilla me ha sabido a gloria. Se ve que les voy enseñando lo que ya os conté que me enseñaron en Egia. Pero ahora que podía salir contento de los cines, me he encontrado con una figura de la que todavía no había disfrutado este año. La de los aguafiestas. Aquellos a los que no les ha gustado la película de la que tú sales relamiéndote y te gritan su descontento en el pasillo de salida.

 

Ya tuve un adelanto cuando salíamos del documental de Jonatham Demme sobre el concierto de Neil Youg en Canadá. Fue una preciosidad. Si te gusta Neil Young off course. El hombre te hablaba de la vida, de la suya, y luego se ponía a cantar él solo, con sus años a cuestas, y te dejaba boquiabierto con esa pinta de roquero y de cantautor y con esa voz y esa guitarra y esa armónica y qué sé yo. Y encima el documental está muy bien hecho. Pero.

 

Pero en la salida me encuentro con unas chicas casi, casi, de mi edad o sea que no tan chicas, pero mosqueadas. ¿Por qué? Porque vaya mierda, toda la peli con primeros planos del tío y con esa barba descuidada que hay que ser guarro y esa piel fláccida. Ay, qué horror.

 

No sé que años tiene Neil Young, pero a mí me suena desde que era chico. Así que tiene muchos. ¿Qué querían? Que se hubiera puesto botox para dar ese concierto. Además no sé de qué se quejan si salía una foto suya a los cinco o seis años vestidito de vaquero, que estaba monísimo.

 

Anoche me dejo grabando el Valencia-Barcelona para ver The Deep Blue Sea o la versión de Terence Davies sobre la obra de Terence Rattigan. Es un ejercicio estético impagable. Música de Samuel Barber, interpretaciones portentosas y cierto exceso de frialdad que para eso es una producción británica. Pues como era de noche y había fútbol, el 90% del personal tenía poco más de veinte años y salieron a la noche del Antiguo entre bostezos. Y yo qué estaba tan contento…

 

Hace un rato he estado viendo Las Acacias, una historia chiquita y profunda, deliciosa, que cuenta un viaje en camión de un hombre solo, una mujer sola y una niña, una bomba es el bebé, sin padre. Lo único que penaliza a esta película argentina es la lluvia de premios que conquistó en Cannes. Todavía te esperas más.

 

Al terminar el cubo pequeño del Kursaal ha dedicado una ovación compacta al director y a su equipo. Esta vez sí. Esta vez nos ha gustado a todos pensaba yo. Cuando me sale al paso una adolescente que decía a gritos a sus amigas “Pues será muy buena, pero a mí no me ha gustado nada, nada, nada. Qué pestiño”. Pues saben lo que les digo, que me están entrando unas ganas de discutir.

 

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Una visión afilada de la vida

Sobre el autor

Han sido muchos años en los que me ha tocado ver, leer y escribir de un deporte y de otro, del fútbol a la pelota pasando por el baloncesto y unos cuantos más. Me apetece contar lo que veo, lo que me sorprende y lo que admiro sin tener que pensar en un resultado. Pero no sé si seré capaz de hablar sólo del resto de la vida... Porque hay semanas en las que parece que el mundo entero es un terreno de juego. Veremos.


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