Me ha costado mucho ponerme a escribir esto porque yo de economía tampoco entiendo. Me he animado al ver que otros más osados que yo se atreven a hablar de fútbol en blogs de actualidad sin más criterio que el mío sobre la arquitectura en Laponia. Tan poco conocimiento tengo sobre estas cosas que no termino de ver cómo se puede arreglar el mundo si los estados dejan de gastar, aunque hasta ahora sea lo único que están haciendo. Claro que si la receta de los líderes del mundo es reducir a cero la inversión pública, supongo que será por algo.
No se creerán ustedes que un grupo bancario como Goldman Sachs ha decidido arruinarnos a todos y repartirse el dinero global entre sus socios y amigos. Tampoco podrán creer que si semejante agresión se llegara a plantear, los responsables políticos europeos pudieran plegarse como corderos para evitar males mayores, aunque a ignorantes como yo nos cueste concebir algo peor que la que está cayendo. Y, sin embargo, nos están invitando a creerlo.
Yo soy un tipo de buena fe, pero las cuentas no me salen. El mundo sigue generando riqueza, aunque ya no sean necesarios más que un pequeño porcentaje de las antiguas empresas y un puñado de todos aquellos trabajadores que antes tenían que currar para mover el mundo. Pero si el trabajo productivo no puede ser ya el método de repartir riqueza, habrá que imaginar otro modelo.
A mí, no sé a ustedes, el único sistema que se me ocurre es aquél en el que la inversión pública permita crear puestos de trabajo para hacer frente a las necesidades sociales: Atención, asistencia, ocio, convivencia y qué sé yo cuántas cosas más que se necesitan cada vez con mayor urgencia, aunque sean actividades que cuestan dinero y no lo producen.
Si la solución pasa porque el ciudadano disponga de menos ingresos y aumente su aportación fiscal, mientras el estado paraliza sus inversiones para no endeudarse, el futuro es… No, en ese caso el futuro no es, no existe. Y, sin embargo, desde Bildu hasta el PP, desde Merkel a Zapatero pasando por Barcina, la receta común consiste en que en los hospitales haya menos camas y menos enfermeras, en los colegios menos profesores y que nuestros mayores sigan trabajando, si tienen en qué, hasta que se caigan de viejos porque si se jubilan les van a pagar cada vez menos y cada vez más tarde.
A mí me da la impresión de que cualquier solución pasa por mover el dinero más deprisa de lo que lo estamos haciendo para que pueda pasar por más manos, incluidas la suya y la mía, y porque los poderes públicos reciban ingresos directamente desde las fuentes en las que se produce. Y no me refiero precisamente a la Casa de la Moneda. Si el estado no invierte, si no percibe una parte razonable de la riqueza y no la reparte con eficacia, la solución me parece imposible. Pero que sabré yo de todo esto. Ya me perdonarán, pero uno de vez en cuando necesita desahogarse.