Que no lo vio hombre, que no lo vio. Hierrezuelo miraba hacia allá pero no lo vio. El paso atrás de Sergio Llull, con menos de diez segundos por jugar, le hizo pisar la raya imaginaria del centro del campo. Imaginaria digo porque la publicidad esconde esa línea. Además ya se sabe que Llull es rápido, como la velocidad de la luz o así. Cómo iba a ver Hierrezuelo que ese pie pisaba lo que no pisaba porque no había raya. Qué culpa tiene este árbitro malagueño de larga y conocida trayectoria de que los jugadores de Andorra no hicieran falta antes de que Llull pisara lo que nadie le vio pisar. Si ni siquiera el director de la transmisión vio el campo atrás o por lo menos no repitió la imagen hasta que el partido estaba en la prórroga. Y el entrenador andorrano y sus jugadores tampoco lo debieron de ver porque las cámaras no captaron vestimentas rasgadas ni protesta alguna.
No pretenderán que me crea que el responsable de la tele hizo caso omiso de una bronca que nadie apreció. No hubo tal bronca. No hubo ruido. Nadie salió. Hierrezuelo no lo vio y los demás tampoco. Pero no sé por qué esta mañana en Vitoria nadie creía, incluidos algunos seguidores madridistas, que no viera lo que no vio. Todos creían que simplemente no se atrevió a ser él con su silbato quien dejase al Real Madrid fuera de las semifinales. Hay mucho mal pensado. Yo, desde luego, no. Él no lo vio. Simplemente lo sé.
Lástima da que Hierrezuelo no lo viera, que Schreiner no hiciera la falta que necesitaba, que la presión sobre el base blanco dejara solo a Randolph y lástima, por último, que el talentoso americano la clavara con tanta tranquilidad. Lástima. Andorra mereció un triunfo que habría rebajado la audiencia y multiplicado el ya de por sí enorme prestigio del mejor torneo de baloncesto. Hoy Vitoria entera estaría hablando solo de lo sustancial, de este gran equipo andorrano que siendo menos resultó ser bastante más que el líder de Liga y Euroliga. Hoy siete de las ocho aficiones -la del Madrid no, claro- estarían celebrando que en la Copa, en nuestra Copa, ningún partido está ganado de antemano y que no cuentan tanto estrellas o trayectorias como las ganas de dejar huella, de hacer historia.