La aproximación de Villeneuve al universo de Blade Runner me parece una deliciosa revisión, en el sentido de volver a ver, de uno de los iconos del arte del siglo pasado. Precisamente en esa comparación reside su debilidad, su riesgo y su valor porque ¿cómo se compite con un mito? No sé si se puede pero la nueva Blade Runner resiste con dignidad y eso en mi opinión encierra por sí mismo un elogio.
En esta nueva entrega aparece una reflexión que me inquieta, que me mueve. Ante la mirada inquieta, angustiada, de una adulta recién nacida -todavía embarrada de fluidos- su creador se asombra de que “todavía no saben lo que son y ya temen dejar de serlo”. No me parece fácil aproximarse más a los miedos de la vida, aunque sea artificial.
Claro que en nuestros oídos suenan desde hace 35 años las palabras de un replicante programado para vivir cuatro años, sólo cuatro, y que recitaba el texto que define lo que es el futuro de cada uno. “He visto cosas que vosotros no creeríais” y un poco después “todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”.
¿Qué se puede hacer para sobrevivir cuando te comparan con algo así? Sólo hay una cosa. Sacar unos pocos euros del monedero. Acercarse a la taquilla. Tratar de olvidar una película que no se borra nunca. Aceptar que Harrison Ford tiene 35 años más. Aceptar que tú también. Y sumergirse en una historia que funciona, ya lo creo, aunque no te vaya a acompañar tantos años como la anterior, aunque no vaya a ser un mito.