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Fernando Becerril

El bisturí

¿Por qué?

Los seguidores de la Real se preguntan por qué no les van a dejar terminar por encima de la séptima plaza. Cuesta entender que al Villarreal le resuelvan partidos como el que en su día le enfrentó al Las Palmas o que den por bueno un gol como el que les permitió derrotar al Leganés con un manotazo en el descuento. Me cuesta calificar de tramposo a Bakambu porque seguramente ni él mismo se creía que aquella mano con todo el brazo extendido fuera a colar. La mano del dios Maradona fue mucho más discreta. A nuestra gente le sorprende menos que el Athletic tenga arbitrajes cuesta abajo a estas alturas de la temporada cuando se está jugando seguir en Europa, aunque seguro que es sin querer, que Aduriz y Raúl García son tan buenos comediantes que llevan a error a unos colegiados que cobran por su labor mejor salario que el presidente del Gobierno por hacer la suya sin que, a mi modo de ver, haya gran diferencia entre la calidad profesional de uno y de otros.

A nuestra afición le pasma también que designen para los partidos más importantes de su equipo a árbitros tradicionalmente hostiles y la suma de tanta circunstancia curiosa nos invita a preguntarnos por qué. Como desconozco las respuestas no puedo ayudarles a resolver su duda. Seguro que ustedes tienen algún motivo pensado pero ya saben que a mí de los árbitros no me gusta hablar. Su trabajo es complicado, sobre todo cuando están bajo presión y en esta Liga todos presionamos cuanto podemos. Eso sí, a la hora de apretarles algunos tienen más éxito.

Es que todavía me estoy preguntando por qué en un partido de Champions tan brillante como el que jugaron en el Bernabéu el Real Madrid y el Bayern, un componente de la aristocracia arbitral expulsó a Vidal en la jugada más clara de todo el encuentro. El chileno es un tipo duro que hace falta hasta cuando saluda a los rivales. Lo sé yo, lo sabía aquel árbitro y lo sabe cualquier futbolero del planeta, pero para una vez que llega medio segundo antes y no toca siquiera al contrario, le echan. Yo también me hago cruces todavía. Si el árbitro quería ayudar al Madrid, podía enseñar dos amarillas a ese futbolista más pronto que tarde. Hizo al menos cuatro entradas susceptibles de amonestación a poco que el colegiado hubiera venido con esa intención. Pues no. Le echa en una jugada que le pone en ridículo, que cuestiona la limpieza de la competición y que enriquece la leyenda negra (en este caso blanca) arbitral que acompaña a los merengues desde la noche de los tiempos. No fue su único error pero ése en concreto supera mi capacidad de análisis.

Y ya puesto a hacerme preguntas me gustaría que los queridos colegas que cubren la información del Eibar me explicaran por qué razón asumieron con semejante entereza el arbitraje sibilino que sufrieron el otro día en Ipurua en un partido cumbre en el que se jugaban una plaza en Europa League. Los jugadores armeros, tíos de pelo en pecho que no lloran ni aunque les duela, pusieron el grito en el cielo en el vestuario. Las crónicas locales no vieron motivos para quejas y eso que la última falta fue por lo menos discutible. Me llama la atención porque en Anoeta sí se quejaron y eso que el campo era una piscina en la que no era fácil ni jugar ni arbitrar, pero todas las dudas las miraron con ojo de halcón y las vieron como las vemos todos, del lado que nos conviene. ¿Por qué en su propio campo y en otro derbi bien distinto, la parcialidad arbitral sólo fue apreciada por sus jugadores? No sé qué decirles. Estoy perplejo. Se me ocurre que a lo mejor alguno o alguna quiere más al Athletic que a su valeroso Eibar, a ese equipo que siempre me ha caído bien y al que he ido a ver jugar en todas las categorías. Yo que soy de la Real, desde luego, me hubiera ido a casa cabreado aunque el partido no hubiera tenido el menor valor para los míos. Ellos no. En fin, mejor no me lo tomen en cuenta. Nada es tan absurdo como juzgar intenciones ajenas. Aunque no dejo de preguntármelo. ¿Por qué?

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Una visión afilada de la vida

Sobre el autor

Han sido muchos años en los que me ha tocado ver, leer y escribir de un deporte y de otro, del fútbol a la pelota pasando por el baloncesto y unos cuantos más. Me apetece contar lo que veo, lo que me sorprende y lo que admiro sin tener que pensar en un resultado. Pero no sé si seré capaz de hablar sólo del resto de la vida... Porque hay semanas en las que parece que el mundo entero es un terreno de juego. Veremos.


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