MVP, el mejor jugador, el más valioso, de cada partido, de cada torneo, de cada Copa… Claro que en este torneo multitudinario, en esta fiesta anual del baloncesto, las aficiones proclaman más de un MVP en una sola tarde. No olvidamos el momento nada frecuente de Bilbao cuando boquiabiertos por la actuación de las cheerleaders, el BEC estalló en un grito unánime: MVP. Y aquel año pocos lo merecieron tanto como las mujeres del grupo de baile de la ACB.
La afición del Granca también estuvo fina ayer cuando se rindieron a un jugador que sólo llevaba dos puntos. Rabaseda tuvo una importancia decisiva en el momento en que los canarios estaban rompiendo su duelo de cuartos con un valeroso y disminuido Fuenlabrada. Tres balones seguidos recuperados con una agresividad lúcida, dinámica. Entre medias un pase maravilloso para una canasta de cinco estrellas. Y el pabellón respondió proclamándole como el mejor. Llevaba dos puntos. Terminó con dos puntos. Y su entrenador le sentó en ese preciso momento para que aquel clamor se alargara un poco más.
Luego también celebraron con el mismo cántico la apabullante exhibición de tiro de Pablo Aguilar pero ya era otra cosa. Lo normal es premiar al que las mete, pero tiene su mérito reconocer al que impide que las meta el equipo contrario. Si me permiten cambiar de deporte, sé de alguna afición que estaría feliz si en su equipo hubiera alguien que impidiera al rival marcar. Se conformarían incluso con que no encajaran más que cuando el rival tirase a puerta, con que las que no vayan no terminen dentro.
Volvamos a lo que hoy, al menos personalmente, me importa. Teníamos a medio pabellón de fiesta y al otro medio soñando con encontrarse a los anfitriones en la semifinal. Vale. Exagero. El millar y medio de seguidores baskonistas no llenaban la mitad del pabellón, aunque triplicaban a la afición más numerosas del resto de los equipos que vinieron de fuera. Pero si ustedes estuvieran aquí pensarían que más de la mitad del pabellón grancanario es alavés. Y tendrían que reconocer que si les otorgaran el título de MVP no lo habrían robado.
La gente de Baskonia es parte sustancial de esta maravillosa celebración. Meten más ruido que nadie, animan tanto o más cuando las cosas se tuercen que cuando se enderezan. Y si pierden, se van cantando todavía más alto, todavía mejor. No fallaron siquiera cuando hace tres años su equipo no se había metido entre los ocho elegidos. Se les escuchó alto y claro en este mismo escenario. Pues imaginen lo que ha sido ahora. Con su equipo luchando por alargar la fiesta al menos un día más frente a un Barcelona en vías de reconstrucción.
Lo malo es que este Barça no se parece en nada al que fue humillado en Liga en Vitoria doce días antes. Hizo sufrir a Baskonia de principio a fin y puso un nudo en el corazón de sus seguidores que no por ello callaron un solo segundo. Al final no pudo ser. Ganó el mejor pero los mejores ahí van, calle arriba… Siguen cantando. Se merecen el MVP a la mejor afición. En eso ganaron de calle.