Esta semana David Moyes no está cuestionado después del 0-4 de Valencia. Nadie habla de ultimátum. Y eso que pasado mañana llega un Celta que merece todos los respetos. Los gallegos quizás no aguanten a este ritmo toda la campaña porque tampoco lo mantuvieron en la segunda vuelta de la temporada anterior, pero a día de hoy son uno de los equipos más poderosos de la Liga. Golearon al Barcelona, ganaron en Villarreal y el Madrid con uno más cuando ganaba 0-2 terminó pidiendo la hora. Será un gran rival. Será un gran partido. Y al menos nadie se ha dedicado a alimentar la idea de que el entrenador de la Real debe ser destituido.
Pensar que David Moyes es el entrenador ideal, el que todo lo hace bien y administra todos los talentos, es tan disparatado como pensar que cualquiera que tenga un carné haría jugar mejor a la Real. Entre los mil nombres que han sonado como posibles sustitutos son contados los que parecen aptos para mejorar la labor del míster de nuestro equipo. En cambio he visto impresos nombres que no figurarían en una hipotética lista ni en el caso de que fueran los únicos disponibles. Es el juego de siempre. Los resultados son malos y cualquiera lo haría mejor. Cuando la realidad es que la peor solución siempre es el relevo a destiempo y tan solo cabe tomar ese tipo de medidas cuando el entrenador ha perdido las riendas de su equipo. Algo que ahora mismo está lejos de suceder.
Los entrenadores elegidos por el actual Consejo de Administración han respondido todos a criterios evidentes. En plena crisis institucional se apostó por un motivador, por un líder. Fue Martín Lasarte. Puede que su fútbol no fuera exquisito o que su bagaje táctico no fuera tan alto como el de su sucesor. Pero cogió a la Real en el pozo y la dejó instalada en Primera División y con la autoestima en las alturas.
Philippe Montanier tenía la misión de crear un equipo que jugara bien al fútbol y nos permitiera crecer en todos los aspectos. Nos llevó hasta la Liga de Campeones, a pesar de que tuvo que hacer frente a una hostilidad abierta en muchos sectores. Cuando el equipo no terminaba de crear juego y también cuando coqueteaba con el mayor éxito de los tiempos recientes.
Jagoba Arrasate llegó porque los informes técnicos eran buenos y porque el club quería contar con alguien que conociera bien los recursos de su propia factoría. Pronto vimos que la esperanza de que Jagoba fuera el Alberto Ormaetxea del siglo XXI no pasaba de ser una quimera. Cuando el entrenador de los dos títulos se hizo cargo del equipo tenía tras él una historia profesional bien cimentada. Había enseñado los dientes y aquella mirada que intimidaba a algunos de los mejores extremos del mundo.
A Jagoba le faltaban horas de vuelo y a los hombres que eligieron para acompañarle también. Completó una primera temporada estimable, aunque el equipo llegó exhausto a la recta final. Sus últimos meses estuvieron marcados por el estigma del diletantismo, aunque no creo que la responsabilidad por ese pecado fuera exclusivamente suya.
Cuando nos vimos con el agua al cuello, el presidente tuvo clara la manera de corregir el error. Hacía falta profesionalizar el club y dar un golpe de timón que nos permitiera recuperar imagen y conceder tiempo a los que vinieran a enderezar el rumbo. David Moyes fue la apuesta y su trabajo está lejos de estar terminado. Es obvio que no está generando excesivas simpatías en su entorno y que al equipo le cuesta crear automatismos en el juego, pero donde no se veía gran cosa, se empieza a ver una intención, una manera de jugar, que puede resultar eficaz.
Pero no es sólo eso. No tenemos entrenador de porteros, lo que no deja de ser curioso porque algunos de los mejores del panorama profesional son guipuzcoanos. La preparación física está en manos de uno de los grandes, pero no trabaja a tiempo completo para la Real. También hay temas pendientes en la plantilla. En la época anterior se cometieron dos serios errores en la contratación de jugadores. No sé a quién se le ocurrió que Canales podía ser un relevo adecuado para la presumible salida de Griezmann, pero la calidad técnica del cántabro no parece argumento suficiente. Ha mejorado en lo que más le costaba, pero le falta velocidad y le cuesta conectar sobre el césped con sus compañeros. Ofrece casi siempre una salida individual, incluso en ocasiones en las que urgen soluciones colectivas. Hay en la casa futbolistas que sin tener su clase pueden enriquecer más que él el fútbol del equipo.
El otro es Granero. Un buen jugador que vino a sustituir a Illarramendi y que nos ha echado una mano más de una vez, pero en el fondo era más de lo mismo, un jugador de perfil semejante a lo que ya teníamos en el equipo. Una vez que ha regresado Asier, todavía hay más acumulación de jugadores en ese puesto. En cambio, nadie puede sustituir a Markel sin retrasar más de lo deseable a Illarra. No lo entiendo. Hace ya cuatro años largos que fichamos a Mariga. No resultó, pero las razones de aquella contratación siguen siendo válidas. En el mercado abundan jugadores poderosos para el puesto que urge reforzar, al menos mientras damos tiempo a Zubeldia para que se forme.
Y, entre tanto, dos jugadores con el potencial de Alain Oyarzun y Héctor están en el primer equipo sin disponer de un minuto para mantener su progresión. En diciembre tendrán que hacer un triste paseíllo por los despachos para convencer a quién corresponda de que les den una salida donde puedan jugar cada domingo. Esperemos que no sea al Barakaldo porque para eso en el Sanse están mejor.
Todos esos asuntos están pendientes. A Moyes le queda trabajo por hacer y sería una buena señal que pudiera terminarlo. Ya, no será fácil que volvamos a jugar como lo hicimos en 2013, pero tampoco lo sería con ningún otro. Aquello fue una delicia que nos acompañará siempre. Ahora vamos a tratar de sentar las bases de un futuro mejor. Si Moyes no es el hombre adecuado para conseguirlo, tiempo habrá en primavera para perfilar el esquema de la temporada siguiente. Por ahora es mejor que le dejemos trabajar.