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Fernando Becerril

El bisturí

Una biblioteca en llamas

Hace ya unos cuantos días que murió la ama y desde entonces suelo recordar una frase leída hace mil años: “Cuando un viejo muere, arde una biblioteca”. La suya, la mía, está en llamas desde un poco antes de Navidad y me siento obligado a escribir estas líneas porque una parte de esa enorme colección de recuerdos ahora me pertenece sólo a mí. Bueno, digamos que me pertenece sobre todo a mí porque nunca le faltaron otros oídos para acompañarle.

Una amiga me dijo hace algún tiempo que aprovechara lo bien que estaba mi madre para preguntarle por las cosas de su vida. “Cuando se vaya echarás de menos no haber preguntado, no saber más, a mí me pasa con la mía”. Cogí el consejo al vuelo y desde entonces cada vez que había oportunidad me iba enterando de cosas que no se suelen contar delante de todos en aquellas nochesbuenas en las que éramos tantos.

Hice bien porque esta generación de mujeres, que sobrevivieron a tiempos tan difíciles como no podemos ni imaginar, ha tenido una fuerza que para los de la mía resulta desconocida. Regatearon a la muerte desde chiquitas con tanta maña que parecía que no iban a dejarnos nunca, que la habían burlado para siempre.

Pondré un ejemplo, la guerra le sorprendió en Madrid donde trabajaba mi abuelo que era maestro. Tenía nueve años. Vivían en el Madrid viejo a un paso de la iglesia de La Paloma. Una vez me contó que cuando llegaban un día tras otro aquellos cuervos cargados de bombas, la gente se metía en un sótano que les parecía profundo. Refugio lo llamaban. Allí compartían el miedo hasta que un día descubrieron que el techo de su refugio era el suelo de un patio entre varios edificios. Al día siguiente tuvieron que correr más y más lejos para encontrar otro refugio, que tampoco sabían cuánto les podía proteger.

También me habló de su hermano Juan que falleció siendo un chaval por una enfermedad de corazón. Ella misma sufrió esa enfermedad cardiaca poco después de casarse. Le aconsejaron que no se quedara embarazada porque su vida corría peligro. Bien lo sabía ella sin necesidad de embarazos. No hizo ni caso. Quiso ser madre y me tuvo a mí. He pensado a menudo en la suerte que tuve. Si ella no hubiera tenido tanto coraje ni yo estaría aquí ni tampoco mi hija ni mi nieto. Estas mismas Navidades he escuchado decir a una pareja joven que no quieren hijos porque no podrían viajar a donde les gusta. No era la primera vez que sentía esa música, pero esta vez lo percibí de otra manera y la ama me pareció todavía más generosa.

Tranquilos, no voy a contar su vida entera. Al fin y al cabo es la misma que la de las otras madres de los de mi edad o de las abuelas de los más jóvenes. Más de la mitad de lo bueno y de lo malo que tengo me lo ha dado ella. Y echo de menos que no me cediera de paso esa capacidad de administrar sus afectos que yo no tengo ni de lejos. Vivió mucho, bastante más de lo que ella esperaba, y tuve tiempo de entender qué prudencia utilizaba para superar circunstancias complicadas y qué veneno le hacía amargarse por bobadas.

Pero la jodida se hacía querer.  Madrileña nacida y vivida, pasó sus últimos tres años en una residencia en Donostia. Una mala caída se la ha llevado en un mes, pero tras los primeros días de cuidados en el Hospital regresó a casa y sus compañeras y compañeros, los amigos de sus últimos días, la recibieron con tanto cariño que la sonrisa no se le apagó en un par de días. Todavía eso me tenía ella que enseñar y yo que aprender.

Cuando me asalta la pena, los que me quieren me dicen que la deje marchar, que ha vivido más y mejor de lo que soñó, que se ha ido en paz. Sea. Marcha tranquila, ama, que te lo has ganado. Claro, que conociéndola, me extrañaría que dimitiera por una cosa tan tonta como morirse. No lo tengo yo tan claro.

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Una visión afilada de la vida

Sobre el autor

Han sido muchos años en los que me ha tocado ver, leer y escribir de un deporte y de otro, del fútbol a la pelota pasando por el baloncesto y unos cuantos más. Me apetece contar lo que veo, lo que me sorprende y lo que admiro sin tener que pensar en un resultado. Pero no sé si seré capaz de hablar sólo del resto de la vida... Porque hay semanas en las que parece que el mundo entero es un terreno de juego. Veremos.


enero 2016
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