La luna está rompiendo la negritud de la noche sobre las terrazas de adobe del hotel Taddart, en Midelt. Al fondo, en la oscuridad estrellada, la imponente silueta del Atlas. Estamos cerca de Le Cirque de Jafar y de los bosques de cedro del monte Ayachi. Son las pequeñas horas (01.30) del domingo. El staff del XI BMW-HUMMER Raid repasa la etapa que comenzará, piedras, pista, barranqueras, dentro de siete horas. Los expedicionarios descansan. Sueñan. También tiemblan.
En la primera gran etapa se han topado con los djins de la llanura de Rekkam. Han salido victoriosos pero los pequeños, burlones y a veces rabiosos demonios se han divertido de lo lindo con ellos. Han desbaratado varios de sus equipos de navegación, han hecho que la temperatura bajase hasta provocar castañeo de dientes y tiritona del cuerpo. Los djins, diminutos, malditos, acurrucados entre las piedras y en las revueltas del puerto que sube desde Debdou, la ciudad que fue de los almoravides, de los turcos, que tuvo reyes y fue habitada por judíos serfardíes y cristianos portugueses, lanzaban contra el monstruoso camión de asistencia, ese Elephant Camper de 13.500 kilos , furgonetas, coches y carros que descendían entre curvas con chirriar de de frenos oxidados.
El gigantesco vehículo de asistencia perdió (¿la maldición del Plateau, tal vez?) brújulas y mapas y rodó durante 800 kilómetros, cargado de combustible para repostaje pero lejos de los motoristas con máquinas de menor autonomía que necesitaban el refuelling. La noche cayó sobre las motos más frágiles. No sobre la Yamaha W R 450 JVO que maniobró a puro placer con sus neumáticos Michelin Desert. Su cámara mousse transmitía extrañas sensaciones al piloto pero acababa por agarrarse fuerte a las piedras, desafiando a los djins. Ahora todos, diablos, máquinas y motoristas duermen bajo las estrellas