Un piloto de una Challenge 650 recorrió los últimos dos kilómetros que a una máquina 800 le faltaban para alcanzar los míticos y soberanos 100.000. Lo hizo en el trayecto que, por delante de la Gran Duna lleva desde la Kasbah Le Touareg hasta el Café de Fátima, auténtico caravanserai de viajeros, pilotos, esquiadores de arena, maratonianos del desierto, senderistas y ciclistas extremos que vivaquean en los alrededores de Merzouga. En el Café de Fátima, decenas de libros esparcidos por los divanes y las mesas testifican que las gentes que allí reciben a los expedicionarios aman Marruecos, al pueblo bereber, a sus poetas. Y a los gatos, el animal protegido por El Profeta, que correteaban entre las piernas de los motoristas del XI BMW-HUMMER RAID. La expedición comía allá, untando pan árabe en aceite ácido de los montes del Rif. Junto a ellos, anfitriones, una pareja catalana que ha recorrido África en una Adventure 1200 con un proyecto solidario y auténtico: Ride To The Roots, y se ha asentado en una kasbah a las puertas de Merzouga.
En la comida de hoy faltaba un piloto, un amigo. El jinete de esa 800 que cumplió los 100.000 kilómetros de rodada cabalgada por un motard de Challenge 650. El piloto de los 99.998 kilómetros estaba en el hospital con los huesos de su pierna partidos. El jinete de la 650 le enviaría horas después la foto tomada en marcha del cuentakilómetros. Sacada, lógicamente, cuando los dígitos marcaron un 1 y cinco ceros. La pierna se había roto en tres trozos en las dunas de arena dorado-rojiza. Porque hoy fue para los hummeristas la jornada del curso de pilotaje sobre colinas de arena. Los nervios se mascaban en el ambiente desde antes del desayuno. A las 7 A.M, algunos ya se habían acercado a las pirámides, panzas y protuberancias de arena para testar su calidad y densidad. Como había llovido los días anteriores estaba ligeramente compactada pero todos sabíamos que el sol iría deshaciendo ese conglomerado hasta convertirlo en puro polvo donde, más allá del mediodía las motos panzearían y se hundirían sin remisión.
Antes de las diez las BMW, la KTM, las Husqvarna y la moto del dakariano Jorge Gómez más el camión MAN con caja de vivienda, el Nissan reparado un día antes en el pedregal usando crema de alta protección solar como lubricante de tuercas y unos cuantos muchachos bereberes, motoristas de primera en sus ciclomotores, estaban ya reunidos bajo una soberbia acacia. Jorge y los tres monitores del HUMMER TEAM (Mag, Yayo, Tony) impartían la clase teórica. Los nervios ya no solo se mascaban: se oían, se olían, impregnaban el aire. Al tiempo sabíamos incluso demasiado sobre tácticas, estrategias, técnicas, peligros y vías de escape. Sabíamos que la conducción en duna obliga a lo contrario de lo que haces cuando tumbas en carretera o circuito. En esos dos asfaltos, el cuerpo se inclina hacia adelante. En arena, el motorista ha de salirse,prácticamente del sillín. Sabímos que aunque los brazos y los antebrazos se carguen sobremanera hasta no ser más que un amasijo insensible pero dolorido de músculos y tendones, es la flexión de las piernas y la fuerza de los cuádriceps quienes dirigen la máquina. Sabíamos que no debíamos perder de vista lo que hay detrás de la cresta de la duna. Puede ser una panza redondeada. Puede ser una bajada en la que soltar gas. Puede ser un cortado, un abismo. Puede que no nos guste lo que veamos. Entonces deberemos girar. Con las caderas y con poderosa torsión del pie. Sabíamos que urge eb todas esas situaciones controlar la mente más incluso que la máquina. Sabíamos que debíamos negociar miedos y dudas. Sin dejar de soltar gas. O de sostenerlo.
Se hicieron los grupos. Los principiantes se probarían en las dunas baby. Los más experimentados harían el recorrido completo. Incluida, faltaría más, la llamada Bad/Mala/Puta(perdón) Duna. Empezó el calentamiento. De dedos y rótulas. También de las motos. En las primeras lomas la sorprendente vida del desierto desplegaba, de nuevo, su esplendor. Sobre tallos de plantas quemadas por el sol caracoleaban los escarabajos y unas increíbles hormigas plateadas adelantaban , arrogantes, a sus humildes hermanas oscuras. Pronto la arena quedó marcada por las huellas de las motos. Pronto hubo quien consideró el desafío cumplido y se bajó de su máquina. Pronto se emocionaros y se vcalentaron unos cuantos. Y los que lo hacían bien y fino se vinieron arriba, con todo derecho. Algunos de ellos mordieron la arena y tuvieron que, para recuperar su máquina hundida, girarla a pulso 360 grados.
El piloto de la 800 que alcanzó los mil kilómetros cien veces manejada por un motard de moto con motor menos ‘gordo’ era, es y seguirá siendo de los grandes pero en una bajada su máquina hizo un movimiento en falso, la estribera golpeó su pierna y chocó con la temible, hierba de camello, ese matorral duro como el pedernal. La pierna se partió por tres sitios. Rescatado, el motorista fue estabilizado por el sanitario de la expedición y llevado al hospital donde diagnosticarion sus lesiones. Ahora, O horas 29 minutos del viernes, descansa entablillado y sedado en el hotel. Al amanecer será trasladado al Norte, a su casa. Su moto, la que cumplió cien veces mil kilómetros, saldrá por mar. Hacia elNorte, también.
Los hummeristas están cenando tras haber reparado y afinado sus máquinas a la luz de las linternas y las estrellas. Hemos vuelto chez Ibrahim, Mecánica General para pulir pastillas de freno cristalizadas y ya sentimos la dulce tristeza del final. Dentro de nada volveremos a las pistas. Penúltima etapa del raid. El sábado carretera a Nador. Estrecho y a casa. Dentro de unas horas, antes de que el sol salga, los muecines volverán a llamar a la oración. Allah Akbar, Alá es grande. Y contempla complacido a los motoristas que cruzan dunas, caen, se rompen y no se rinden