Los rusos entienden de música coral y les gusta. Por eso la catedral católica de Moscú se llenó de moscovitas para escuchar el concierto de polifonía religiosa y folcklórica del Coro de Cámara Gaztelupe, que se había anunciado en las vitrinas de la entrada al moderno templo de ladrillo rojo. Además, acompañaba al órgano María Moiseeva, que habla perfectamente castellano. Hubo un ensayo matinal en el que el director JJ. Etxeberria decidió cambiar la posición habitual de los tenores (ver la foto), poniéndoles en el centro, dejando en la esquina izquierda a los barítonos. Así se oían mejor con los bajos y mejoraba la sonoridad. Una hora y media duró la sesión y hasta que ‘Oh salutaris Hostia’ no sonó perfecta como el resto no nos fuimos a comer.
A media tarde fuimos a la residencia del embajador Juan Antonio March Pujol, un hombre amable y muy profesional, que ya os cuento en otro momento. Luego fuimos a la catedral, donde cobraban la entrada dos euros (80 rublos) para sentarse en los bancos centrales. Y se llenaron, con gente rusa de ambos sexos y todas las edades. En el primer banco se sentaron el embajador March; Javier Larrache, consejero cultural; Alberto Martínez, de asuntos culturales y Félix Valdés, ministro plenipotenciario. El Coro ensayó un poco en la sacristía y salió cantando un salmo en gregoriano. Natalia Shevchuk, coordinadora de las actividades de la catedral, que también habla perfectamenete castellano, presentó al Coro Gaztelupe a los asistentes. Una curiosidad de esta chica bella y elegante: tiene una trenza que le tapa el culo, literalmente. Podéis comprobar su largura en la foto que adjunto.
El Coro cantó mucho y bien. Los aplausos iban ‘in crescendo’ (ver la foto de abajo). Primero polifonía religiosa. Un descanso para recuperar fuerzas y refrescar la garganta dio paso a las canciones folclóricas. Tanto gustaron que todos los asistentes aplaudieron de forma rítmica, pidiendo un bis. Les cantaron ‘Yorsi’, canción ucraniana, y la popular ‘Camino de San Petersburgo’, que derritió a toda la concurrencia. De despedida, ante los incesantes aplausos –conté cuatrominutos– se interpretó ‘Agur Jaunak’. Y se acabó. Se vendieron discos, por lo menos veinte, del que grabó el Coro Gaztelupe hace una década.
Después vinieron los actos protocolarios de entrega de regalos. Santos le entregó a Castro y Larrache la barandilla y el disco del coro. Yo les puse la camiseta de Donostia Ciudad Cultural Europea que donó la concejala Marisol Garmendia, un libro de fotos de Gipuzkoa editado por El Diario Vasco y un par de forros polares con la insignia de la Real que también promovió este periódico. Por cierto, el embajador se fue en el descanso porque tenía que madrugar para viajar a una exrepública soviética y se llevó la camiseta y el abrigo. «La camiseta me la pondré en mis vacaciones en Baleares».
Y entre abrazos nos despedimos, deseando ellos que volvamos a Rusia a cantar y nosotros deseando hacerlo.