Fue una pequeña sorpresa reservada por Mikel Plazaola en nuestro recorrido de San Francisco a Las Vegas. Para hacer tiempo, qué mejor que visitar un auténtico pueblo minero fantasma en vez de parar en una gasolinera. Se llama Calico, está apartado unos dos kilómetros de la carretera, en una ladera de roca roja y pelada. No hay nada de nada más que estas casas de madera con un ambiente de poblacho minero y pobre. Se creó a finales del siglo XIX, por los aventureros y empobrecidos americanos que buscaban plata en esta zona, donde decían que abundaba. Y Calico creció hasta superar los mil habitantes, desperdigados en casas de madera reseca por el intenso calor y el viento asfixiante de la zona, una especie de páramo en el que sólo existe la carretera.
Cuando la plata empezó a escasear y se oía que había más en lugares agrestes y áridos como el Valle de la Muerte, la actividad minera decayó hasta desaparecer a principios del siglo XX. Había tanta plata que el precio cayó en picado y los buscadores de este metal precioso se dedicaron a otra cosa, mariposa.
Hoy, unas letras blancas en lo alto de una colina anuncia dónde se encuentra Calico. Hay que pagar por entrar. Seis dólares los adultos, tres los niños y si vas en autobús turístico, cuatro. El pueblo está en cuesta, así que lo mejor es subir hasta arriba e ir descendiendo. En lo alto se ve la perspectiva de todo el pueblo. LLama la atención una casa inclinada casi 90 grados, producto del empuje de las rocas probablemente por la erosión. Hay tabernas, tiendas y restaurantes que mantienen la imagen de lo que fue Calico hace cien años. Incluso se mantienen abiertas algunas minas, en cuya entrada hay una cabaña de madera. Hay una preciosa bomba de extinción de incendios que es de aquella época y está bien resguardada en una cabaña.
Cerca se mantiene en activo un trenecito, recordando su labor para transportar el preciado metal desde las oquedades mineras a los puntos de almacenaje. Hoy sirve de atracción turística, como todo el pueblo. Puedes comer, tomar cervezas… pero no esperes ningún manjar. Ni siquiera cierta atención de los propietarios o de los camareros/as. Son tan rudos como aquellos mineros y tan secos como su clima. Unicamente nos sonrió una preciosidad de camarera cuando le cantamos unos cuantos la popular canción: “Que guapa estás Sofía, Sofí-ia, Sofí-ia, Sofía que guapa estás”. Las jefas que nos cobraban la comida y la bebida, servidas en botes de cristal de los de envasar mermeladas, alucinaban con el descaro de estos vascos. Lo que tenían era envidia de que le dedicásemos una canción a nuestra camarera y además nos sonriese complaciente.
Si circuláis por esta ruta de San Francisco a Las Vegas podeís hacer una parada. Muy bonito lugar para tomar una cerveza, descansar del viaje y contemplar un pueblo fantasma bien conservado y renovado, pero manteniendo su aspecto de pueblo minero tradicional.
Os dejo unas fotos del lugar.