Último día oficial en Wiesbaden: domingo 20 de mayo. Hace un sol espectacular. El coro va a cantar en una misa en la iglesia de la Trinidad a las 9.30 de la mañana. Tenemos que desplazarnos en autobús de línea, guiados por Linemann. Tiene los billetes y los cuarenta y cuatro nos subimos al bus por ambas puertas. Una ventaja subir por la del conductor y la del medio. El templo está en un barrio de casas bajas, casi villas, rodeado de arbolado. Paradisiaco. Michael cuenta que fue elegido por las tropas estadounidenses para vivir tras la ocupación. “Ya sabían lo bonito y tranquilo que era este barrio de ricos”, recalcaba.
El templo es sencillo pero muy bonito. El sacerdote Stephan Grass ofrece al coro cantar en un lateral, pero ‘Jotajota’ elige el coro con buen criterio. La iglesia se volvió a llenar, con parte de la comunidad de hispanos de la ciudad, que suman 2.500, bajo la coordinación del sacerdote germano que habla perfectamente castellano. El Coro Gaztelupe inició su participación con ‘Sancta Sancta’, ‘Agur María’, ‘Hailing Hailing’ ‘Aita Gurea’ con la soprano Arantxa Martínez, ‘O salutaris hostia’, y ‘Canticorum’. Al final, los fieles aplaudieron con fuerza al coro, que sonó memorable. Había un organista de 13 años rellenando musicalmente algunos momentos. Excepcional en la ejecución y técnica, pero tan reservado que no me quiso dar su nombre. Por respeto no lo pongo.
Posteriormente, el sacerdote ofreció un sabroso aperitivo en los jardines de la iglesia y pudo escuchar canciones como ‘Haurtxo polita’ cantada por Arantxa para una emocionada Karmele que recordaba habérsela cantado a sus hijos en Alemania, y ‘Euskalerriko’ de despedida. Grass deja Wiesbaden y se va destinado a Barcelona como párroco de la comunidad alemana en Cataluña. Linemann y Klein animaron al Coro Gaztelupe a volver a verse “cuanto antes porque habéis dejado muchos y buenos amigos aquí”.
Después nos fuimos todos a subir en funicular a un montículo cercano. Es un sistema de 1886 que funciona con agua. Se carga de líquido en un recipiente bajo el suelo del vagón y el peso hace que baje y haga subir al que está abajo. Es el mismo brillante sistema con el que se inauguró, sin consumo eléctrico ni de diesel. Allí hicimos turismo, el coro cantó en la capilla ortodoxa que se levantó en honor a una princesa rusa hace siglo y medio y comimos en el Wagner, un gran restaurante con vistas que recibió al grupo con un cartel de bienvenida en una pantalla. Linemann se despidió de todos con un entrañable discurso dando relevancia a actos de hermanamiento como este, con el Coro Gaztelupe. Los cantores le dedicaron una canción. Después volvimos al hotel también en autobús. Algunas mujeres cantaron coplas y canciones durante el recorrido, provocando la sonrisa de los alemanes y del conductor. Buen rollo, que dirían los jóvenes.
A la noche, Mikel Plazaola, Jesús Irigoyen y yo cenamos en un bar de ambiente futbolero donde vimos el Barça-Real y catamos un ron carísimo como digestivo.