Es decir, acabamos nuestra ruta fluvial en Bonn, la capital del insigne músico y compositor Ludwig van Beethoven, y en Colonia, en cuya catedral dicen que están enterrados los tres reyes magos. En un triple sarcófago de oro, que eso sí llama la atención.
Bien. Llegamos al pueblecito de Linz de madrugada. Era domingo. Había un mercadillo gigantesco a lo largo del río, muy cerca de donde atracaba el Swiss Pearl (S.M. insisto). Nos contaron la historia del puente de Remagen (hay una peli interesante sobre este tema de la segunda guerra mundial) y nos llevaron entre sus callejuelas y plazas. Muy bonito, en otro día soleado. Hicimos algunas compras y no pudimos evitar los dos Mikel adquirirle a un vendedor una flauta dulce de madera para mí y una bandoneón o similar italiano para él. Vuelta al barco, cuando finalizaba una misa que improvisó en cubierta el sacerdote Luis Aranalde y en la que cantó el Coro. Hombre cordial este ‘pater’, que ya vino con el grupo hace dos años a Canadá y Nueva York, y se ha ganado la simpatía del grupo.
Después de comer navegamos a Bonn, que fue capital federal de Alemania desde el final de la guerra hasta la caída del Muro en 1991. La visitamos y supimos de las genialidades y penalidades del genial músico sordo. Nos hicimos una foto de grupo bajo su estatua y luego cada uno paseó a su aire. Vuelta al barco y remojón en la bañera de burbujas otra vez.
Hubo cena de gala, en la que se nos servía en vez de hacer cola en el bufet. El coro la amenizó a lo grande, con cantores de corbata y hasta con pajarita. Una fiesta para cerrar la singladura por el Rin.
Colonia era el destino final. Todos fuera del camarote para las ocho de la madrugada, digo de la mañana. Visita a la imponente ciudad, moderna y a la vez clásica. La catedral fue el centro de citas. Comimos en el gigantesco Sion, el más grande porque hay más, cercano a la catedral. Salchicha de menú y quien quisiera codillo, a pagar cinco euros más. Cafecitos, helados, paseo y compras. A las cuatro, al bus, para ir a Francfort a coger el avión con destino Bilbao. Vuelo con la única complicación de que un acompañante se cayó con su maleta en la escalera mecánica y organizó un pequeño barullo y cambio de puerta para acceder el avión con suficiente antelación para que todos estuvieran en su sitio a la hora de acceder. Y despedidas en Donostia, Errenteria e Irún, donde nos llevó desde el aeropuerto el conductor de Iparbus en un autobús de lujo.
Precioso viaje, inmejorable ambiente y ciudades que merecen la pena visitar. La bellísima Wiesbaden, por supuesto, Francfort y su barrio sajón, Estrasburgo y su parte vieja, Maguncia, Coblenza, Cochem y Colonia agradarían a todos los que se animen a visitarlas.