Un crucero no tiene por qué ser plano en lo que a emociones se refiere. Ya conté lo del oleaje que padecimos con buena cara en la ruta entre Brest (Francia) y Southampton. Pero, por ejemplo, uno puede estar cinco días desquiciado por culpa del empleado que atiende tu camarote.
El nuestro, de Irigoyen y mío, camarote 8043, era un chaval brasileño con nombre de líder político de la Antigua Roma. (Prefiero no citarlo). Cuando embarcamos en Getxo en el ‘Grand Mistral’ nos vino a saludar amablemente, nos dijo cómo se llamaba y que estaba para lo que necesitáramos. Pues gracias. Nos fuimos a duchar y comprobamos que sólo había un frasquito con gel, y que el otro, de esos que están sujetos a la pared, le aprietas una tecla y sale el mejunje, estaba vacío y ponía champú. “No pasa nada, mañana se lo comentamos” nos dijimos. Eso hicimos al ir a desayunar. “No se preocupen, yo se lo arreglo” dijo el chico del camarote.
Y nos olvidamos. Por la noche al ir a acostarnos comprobamos que seguía sin haber champú. No pasa nada, pensamos. A la mañana siguiente se lo repetimos y nos contestó muy amable y sonrienteo. “A mi cuenta. Yo se lo arreglo”.
Llegó el tercer día, estábamos navegando ya por Holanda y aún no había champú. Nos lavamos el pelo después del gimnasio con gel, pero no es lo mismo.
Así que decidí ir directamente a Recepción. A media tarde les conté lo que estaba pasando, que el camarotero, o como se diga, no nos hacía ni caso después de tres veces de hacérselo saber y que por favor mandasen a alguien a poner champú en el botellín. A media tarde le encontré en el estrecho pasillo de camarotes y le dije que había ido a Recepción porque él no nos hacía ni caso. Me miró como las vacas al tren.
Por la noche, toda nuestra ansiedad era ver si se había cumplido nuestro objetivo. Abrimos el camarote y lo primero que hicimos fue abrir la puerta del baño y comprobar si había champú. ¡Siiiii!. Una botellita llena de de líquido verde… Pero la de jabón estaba completamente vacía. Abrí la tapa del retrete… y allí estaba el gel tirado.
Al día siguiente viene el chico y feliz nos dice que ha repuesto el champú ¿Y el gel? Le preguntamos, ¿por qué no hay? Respuesta (siéntense por favor): “Lo he tirado por el váter. Como la botellita de champú estaba estropeada y no daba gel, he echado el jabón al retrete y la he rellenado con champú. Ya tienen su champú”.
Para tirarlo por la borda… Le dijimos que lo que más usábamos era el gel, que era lo que necesitábamos. Y que trajera ya un botellín. Imaginen su cara.
Por la noche había ya por fin gel y champú. Estábamos navegando hacia Dinamarca… Cinco días después de entrar en el camarote ya teníamos jabón para ducharnos y champú para lavarnos la cabeza.
Pero César (¡ay!, se me ha escapado el nombre) tenía crucero juguetón y cuando arregló lo de la ducha nos mareó con las toallas. Os lo cuento en el siguiente.
Os dejo un par de fotos. Una del barco atracado en San Petersburgo y otra de un mapa en el que se recogía el itinerario de la navegación que íbamos haciendo.