Hace pocas semanas que terminó la cumbre de del clima en Durban (Sudáfrica), y ya se ha olvidado. A su conclusión, los medios y especialistas no tardaron en opinar que Durban había sido el “cementerio” del Protocolo de Kioto. Carpetazo y a otra cosa… Pero la duda queda: ¿es muerte confirmada o coma?
El Protocolo de Kioto sobre el cambio climático, como todo el mundo sabe,es un acuerdo internacional que tiene por objetivo reducir las emisiones de seis gases de efecto invernadero (conocidos como GEI) que son los principales causantes del calentamiento global (entre ellos, el dióxido de carbono o CO2). El acuerdo, que entró en vigor en 2005, caduca este año y debería ser sustituido por un nuevo tratado.
A pesar de que los signos vitales del famoso Protocolo están bajo mínimos, los y las optimistas impenitentes nos negamos a creer que la humanidad ha aceptado una subida de más de dos grados de las temperaturas.
¿Por qué es esto tan trascendental? Porque sin un acuerdo legalmente vinculante y global es muy probable que las temperaturas suban esos dos grados; y porque si van más allá, las consecuencias serían nefastas.
El Panel Intergubernamental de Cambio Climático de las Naciones Unidas (conocido como IPCC), las ha descrito: subidas del nivel del mar que harían desaparecer comunidades enteras, aumento de la frecuencia de fenómenos climáticos extremos con sus efectos destructivos, e incrementos de las temperaturas que harían inhabitables muchas áreas del planeta.
De modo que esos dos grados de aumento son el tope admisible, de acuerdo con el consenso científico (primos aparte).
Para poder recortar las emisiones de GEI en un nivel adecuado y a tiempo, hacía falta un acuerdo más ambiocoso que sucediera al Protocolo y más urgente.
Pero en Durban se acabaron las esperanzas de que los países industrializados introdujeran ambiciosos recortes en sus emisiones de GEI de forma inmediata.
La cumbre de Durban terminó con un acuerdo de mínimos. Después de muchos tiras y aflojas, se acordó un tratado cuya forma legal no está todavía definida y que, aunque que se firmará en 2015, no va a ser operativo hasta después de 2020 (como quería EEUU).
Prevaleció la tesis de Estados Unidos de que no son tiempos para reducir emisiones de GEI y de que se podrá acometer tal empresa a partir de 2020 al tiempo que se evitan los peores impactos del cambio climático. Esta tesis difiere grandemente de lo que recomiendan los científicos del IPCC.
Asimismo, en el acuerdo de Durban se elimina cualquier referencia a la equidad, elemento que había sido introducido por la Unión Europea y por India, y que quedó fuera del pacto porque EEUU, a pesar de tener una mayor responsabilidad histórica en la emisión de GEI, no quería asumir obligaciones diferentes a las de China, India o Sudáfrica.
En el acuerdo de Durban, los tiempos se dilatan. ¿Esperará el cambio climático a que la crisis económica pase y a que los países desarrollados y aquellos en vías de desarrollo se pongan de acuerdo en quién paga el pato? La pregunta es, cuando menos, ridícula.
¿El resultado? Un “gran paso adelante”, según Estados Unidos; un acuerdo débil e incierto para todo el resto. No dejemos que el tema se olvide sin más…