El entrenador de la Real Sociedad, Martín Lasarte, sabe por experiencia propia que el banquillo es eléctrico. El jueves pudo comprobarlo, además, por persona interpuesta: el mister txuri urdin acudió por primera vez a un partido del Lagun Aro en Illunbe y se sentó justamente tras el banquillo. Así vivió en primera fila la pasión de su colega Pablo Laso dirigiendo al Gipuzkoa Basket frente al Real Madrid en un partido memorable que nos volvió a demostrar a quienes estábamos allí que el baloncesto puede ser uno de los mayores espectáculos del mundo. Aunque el encuentro terminara mal, o sea, en derrota para los guipuzcoanos.
No, no hablamos de lo que ocurre en la cancha, sino alrededor. Siempre digo que ser entrenador de la Real es en Gipuzkoa algo que va más allá de lo deportivo. Hay una era guipuzcoana del tiempo de Ormaetxea, otra de los años de Toshack y ojalá estemos viviendo ahora la era Lasarte. Será señal de que es fructífera.
El baloncesto no goza aquí todavía del poder de convocatoria del fútbol, pero el Lagun Aro es capaz de reunir cada quince días a varios miles de personas en Illunbe. Y su coach, Pablo Laso, también está marcando una etapa del club.
Lasarte es uruguayo y Laso es alavés, pero los dos son hoy guipuzcoanos de ejercicio y vocación. Y como se decía en el mítico ‘Un, dos, tres’, ahora son amigos y residentes en San Sebastián. Habían coincidido en diversos actos pero fue recientemente cuando, gracias a la mediación de un amigo común, tuvieron oportunidad de hablar largo y tendido. Y me cuentan que congeniaron. Hablaron de cine, de Mourinho o de cocina. O sea, de lo mismo que habla usted con sus amigos.
No es extraño que empaticen: son educados, cultos, discretos y eficaces en su trabajo. Para la sociedad guipuzcoana, tan pendiente siempre del deporte, los dos entrenadores son un buen espejo. El paisito vive demasiadas broncas y crispaciones en otros campos como para añadir tensiones pirotécnicas desde las salas de prensa de Anoeta o Illunbe.
El discurso del entrenador
Pero no todo es de color rosa. Lasarte y Laso han vivido esta semana en el ojo del huracán. Y nosotros con ellos, en ese campo de metáforas que es el deporte.
La Real perdió el lunes en La Coruña en uno de sus peores partidos del año, y Lasarte generó una polémica con sus declaraciones. «Este equipo ha demostrado que debe conformarse con la permanencia, sin ponerse miras más altas», vino a decir. Quizás era un mensaje de cabreo dirigido más a los jugadores que a la opinión pública. Pero el debate estalló. Me contó Lasarte que le había encantado ‘El discurso del rey’, la oscarizada película, y aquí provocó el involuntario estreno de ‘el discurso del entrenador’.
¿Vale con asegurar la permanencia? Sí, claro, es el objetivo que se fijó al principio y todos lo firmaríamos hoy. ¿Hay que pelear por llegar a competiciones europeos? Si se pone a tiro, por supuesto. ¿Por qué hay que elegir si el camino es el mismo?
Hay que ser ambicioso, en el depore y fuera de él. Cuando Lasarte llegó a la Real, al principio de la temporada pasada, una de sus virtudes principales radicaba en que venía con nuevos aires, sin contaminar por nuestros propios fantasmas. ¿En sólo un año se ha ‘guipuzcoanizado’ en el peor sentido de la palabra?
No. Y pronto lo verán. Lo suyo del lunes fue sólo una terapia, interna y externa. Este uruguayo que quiso ser Errol Flynn cuando iba al cine de niño tiene instinto ganador.
La soledad del ‘coach’
Por eso, por su instinto ganador, Lasarte disfrutó y sufrió a la vez en el partido del Lagun Aro. Sentado junto a su amigo Miguel Santos, con su esposa Patricia al lado y un montón de jugadores txuri urdin cerca, el mister realista ‘empujó’ al equipo donostiarra. Aunque al final perdió.
Fuera de la cancha Laso es un tipo tranquilo, divertido y jovial. En el banquillo se transforma y a veces tiene un aire crispado que desconcierta al público. Un par de segundos más o menos podían haberle convertido en héroe. Pero se quedó en el camino.
Todos los entrenadores con los que he hablado, y ya son unos cuantos, tienen una conciencia «temporera» de su trabajo. Saben de la provisionalidad de su cargo, por mucho que triunfen. El propio Guardiola es consciente de que un día saldrá de Barcelona, quizás abucheado por los mismos que hoy lo aclaman.
El oficio acaba dando un punto de fatalismo a la figura del mister, que sabe que, al final, siempre está sólo en el banquillo. Laso y Lasarte también. Si se quedan mucho tiempo aquí será una buena señal para todos nosotros. Pero me atrevo a augurar que el día que se vayan se irán como vinieron: como sendos caballeros. O así.
P.d. Domingo de Carnaval. Tolosa. Fiesta e imaginación en la calle. A mediodía el restaurante Frontón es cita de gentes felices. En una mesa una mujer enfundada en la clásica chilaba colorista come feliz. ¿Quién es? Isabel Muela, la directora de Turismo del Gobierno Vasco. En sus paseos por la villa vería una fantástica imagen del país: irreverente y juguetón.
P.d 2. Algo tendrá una empresa de artes gráficas cuando su aniversario reúne a tantas ‘fuerzas vivas’. Gamboa, la firma del amigo Joaquin Berakoetxea, juntó en Zelaia a clientes pero sobre todo a amigos. Ecos de papel, sidra y brindis por la amistad: ¿quién da más?