Martín Lasarte se despidió ayer y Odón Elorza acaba de anunciar que no continuará como alcalde. En realidad lo anunciaron los electores con su voto del domingo y los demás partidos con sus movimientos posteriores.
 
Ha sido alcalde veinte años, toda una vida. Acabó convertido en un tótem, para sus partidarios pero sobre todo para sus detractores. Su talante dificil le ocasionó más adversarios que su propia gestión. Su vida personal y consistorial se han terminado fundiendo y eso no siempre es bueno. Casi nunca.
 
Cambió San Sebastián, y en su mayor parte para bien. Bajo su gestión Donostia se ha hecho más vivible y más moderna. Desde las calles peatonales hasta la playa de la Zurriola, desde el famoso bidegorri de La Concha hasta la conclusión del Kursaal, Donostia es hoy mejor que hace veinte años. La estación de autobuses aún inexistente es el mayor déficiit del odonismo.
 
Su mayor enemigo ha sido el tiempo. No es bueno que un cargo público esté veinte años en el puesto. Acaba contagiando sus vicios y virtudes a la propia ciudad y a la propia gestión. Si se hubiese ido hace unos años lo habría hecho por la puerta grande, o al menos principal. Ahora sale por la puerta trasera y no lo merece.
 
Algunos pensaron que Elorza moriria en el despacho de Alderi Eder, o que los demás moriríamos y él seguiría ahí. Pero no. Tras dos décadas en el cargo deja cierto sentimiento de orfandad: ¿a quién se dirigirán ahora las cartas del Sirimiri?
 
Se va de la alcaldia. Curiosamente algunos de los más contentos hoy forman parte del búnker de la ciudad, que nunca perdonó a Elorza sus maneras de progre y sus foulards. Curiosamente, su salida no la ha logrado la Donostia conservadora, sino lo que desde esa propia fila llaman “proetarras”. Esas listas que Elorza tanto se empeñó en pedir que fueran legales. Paradojas al cuadrado.