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Mitxel Ezquiaga

¡Ke paren la rotativa!

No rompas con un palo mis manos de pianista

 

 

 

La Agenda Portátil / Cuando Alberto Iglesias jugaba a hockey (es el tercero, desde la izquierda, de los agachados) / ¿Qué ha hecho el Lagun Aro? / Mafalda en Chillida-Leku

 

Aquí, en vez de aplaudir pedimos un Tambor de Oro. Acabamos de dar el suyo a la Behobia-San Sebastián y Twitter arde ya con propuestas para el del próximo año. Esta semana los tuiteros guipuzcoanos se dividían en dos: quienes proponen el dorado tambor para el compositor Alberto Iglesias y quienes lo reclaman para el jugador de baloncesto Andy Panko. Una de las dos Donostias ha de dorarte el corazón.

 

El tímido que rehuía elogios

Pocos guipuzcoanos en el mundo son tan buenos en lo suyo como Alberto Iglesias en la música para cine. Esta semana hemos sabido que opta por tercera vez al Oscar, en esta ocasión por su banda sonora para la película ‘El topo’. E Iglesias lo vive con su eterno aire de tímido ensimismado. «Cuando oigo un elogio intento desaparecer», me dijo una vez. Supongo que ya se habrá acostumbrado.

Iglesias, donostiarra de la calle Narrica, dice que a los 15 años sintió «el fogonazo de la música». Empezó a estudiar piano y armonía y a la vez jugaba a hockey con los colegas de su edad. Cuentan sus compañeros de entonces que era un brillante delantero centro que lograba muchos goles. «Pero los defensas le sacudían fuerte y sus manos sufrían: un día decidió dejar el deporte para salvaguardar sus manos para el piano», me explica uno de los componentes de aquel equipo.
Y me da la foto que ilustra esta página (y que no es seguro que ahora puedas ver en esta edición digital: yo no soy Steve Jobs. Si consigo meterla, Albeto es, de los agachados, el tercero desde la izquierda). Una generación de donostiarras está en esa estampa de hace más de cuarenta años (atención al joven Joti Díaz en el centro). Sus biografías posteriores compondrían un ‘Cuéntame’ blanco y azul.

Alberto Iglesias triunfó por ahí fuera y el hiperactivo Paco Marín fue el primero que le reivindicó como profeta en su tierra. Puso el nombre del compositor al salón de actos del colegio mayor Olarain y le encargó el himno de la ikastola Ekintza. He escuchado ese himno tantas veces en las fiestas escolares de mis hijos que ya podría cantarlo de memoria.
Iglesias es  el cruce perfecto entre Sarriegui y un John Williams o un Ennio Morricone con la austeridad guipuzcoana. Sería un excelente tambor de oro: por eso es probable que nunca lo reciba. San Sebastián y yo somos así, señora.

 

Ilusiones bajo la canasta

El domingo pasado, cuando el Lagun Aro de baloncesto logró su histórica clasificación para la Copa del Rey, algunos aficionados lanzaron el grito de guerra ‘Andy Panko Tambor de Oro’. Panko es otro personaje cinematográfico, ejemplo de pundonor, como un cow-boy trasplantado a Ondarreta. Pero la petición de premio podía haberse extendido a David Doblas, Jimmy Baron o Sergio Vidal (que el otro día vivía una inmersión de ‘donostiarra way of life’ en la fiesta del sexto aniversario del restaurante TsiTao; enhorabuena, Pomen).
Lo del Lagun Aro es un milagro construido a base de constancia. El obispo Setién solía decir que el domingo siempre termina mejor si gana la Real; ahora se ha conseguido, como escribía Alvaro Vicente, que gente a la que da igual el baloncesto pregunte «qué ha hecho el Lagun Aro» como siempre se preguntaba «qué ha hecho la Real».

La clasificación para la Copa es la mejor herramienta de marketing entre sus paisanos para el Gipuzkoa Basket. Los responsables del club saben que este ‘extra’ va a costar dinero y desequilibra el presupuesto. Además, mientras en otras ciudades los equipos reciben el apoyo de las instituciones, aquí reina la frialdad de los despachos.
¿Y qué? Este es el momento de disfrutar, no de llorar. 

 

Mafalda en el museo

Chillida-Leku también fue Tambor de Oro. No es extraño: ese museo es una de las mejores cosas que han ocurrido en Gipuzkoa en los últimos tiempos. Ahora está cerrado en medio de un laberinto negociador en cuyos detalles muchos nos hemos perdido. Así que lo mejor es volver a la doctrina Mafalda, es decir, tratar de entender las cosas desde la perspectiva más naif.
Uno: la familia Chillida levantó ese museo sin ayudas y lo ha gestionado a pelo hasta que el déficit hizo imposible seguir. Dos: las instituciones empezaron a negociar la compra  pero la partida de mus con la familia se prolongó… y llegó la crisis. Ahora no es financieramente posible ni  socialmente entendible gastar millones de euros en esa operación. Y tres: ¿por qué es imposible que la familia reabra el museo tal como está y que las instituciones asuman el déficit anual de funcionamiento, una cifra pequeña en comparación con los datos que manejan otros museos e instituciones culturales del país?

Pues parece imposible. Seguro que hay una explicación, pero ni Mafalda ni yo alcanzamos a entenderla. Salvad Chillida-Leku.

mezquiaga@diariovasco.com

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La vida, nada más

Sobre el autor

Curioso. Periodista de El Diario Vasco. Presento 'Keridos Monstruos' en Teledonosti. Ñoñostiarra, ma non troppo: hay vida más allá de la barandilla. O así


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