Hace cinco años, un rato después del anuncio de la tregua de ETA, escribí un álbum íntimo: nueve fotos que resumían cómo esas siglas habían cambiado tantas vidas. También la mía.
Rescato el texto ahora que aquello parece tan lejano y da tanta pereza hablar del asunto. Ahí va:
¿Dónde estabas tú el jueves a las siete de la tarde? ¿Cómo te enteraste del fin?
Lo bueno de que la noticia te toque en un periódico es que no da tiempo de pensar. Lo vi el jueves en mis compañeros, entregados al teléfono y al ordenador, acuciados por la necesidad de sacar el periódico ‘histórico’ del día siguiente. Bajo el ritmo frenético escrutaba algunos ojos vidriosos, nudos en la garganta, llamadas en voz baja a sus gentes más cercanas.
ETA y tú, ETA y yo. Todos los que vivimos aquí tenemos una historia que contar. Hemos crecido sobre un polvorín que ha sido, a la vez, un lugar dinámico y creativo. Jamás entenderé la contradicción de vivir en la ciudad con más asesinados y, a la vez, con el metro más caro de vivienda.
Yo no sirvo para los análisis, pero puedo aportar mis imágenes: escribo de mí porque soy el vasco que mejor conozco.
1. La orla que no tuvimos. Dice Eguiguren que el drama de este país ha consistido en que el vecino del cuarto piso mataba al del tercero. En mi caso ese drama es la foto de mi generación. Mundaiz, quinta del 63. Recuerdo a Rafa, que murió al ir a colocar una bomba. A Alberto, Ernesto o Iñaki, que llevan años escoltados. A Josean, que ha pasado casi veinte años en la cárcel. A Patxi, que se tuvo que ir. Todos comíamos los mismos bocatas en el patio y sufríamos con el Otálora y sus logaritmos. La vida y sobre todo la muerte bifurcó destinos. Nunca nos hicimos la orla: si existiera, en ella veríamos a quienes son hoy ertzainas, taxistas, jueces, parados, periodistas, políticos o administrativos. Una foto rota como el país que hay que reconstruir.
2. Una paliza en Urgull. Nunca lo ha contado en público. Mayo del 80, tarde de sábado, bolera de la calle 31 de Agosto. Un chaval y su amigo Valentín salen de jugar al futbolín y se topan de bruces con las cargas policiales por la Parte Vieja. La gente escapa hacia Urgull; el chaval, también. Ese día la Policía sube hasta arriba y la genética torpeza del corredor le hace caer ante los antidisturbios. Le empujan a una zona con zarzas y durante un tiempo interminable le propinan una soberana paliza. Ellos mismos se asustan. «Déjalo ya, Benjamín, que lo vamos a matar». Ese nombre nunca se le olvidará al chaval.
De ahí al Cuarto de Socorro y luego a Comisaría. Amenazas, insultos. El juez le deja libre por la mañana. Días después el chaval ve en la primera del periódico las fotos de dos de los policías que le habían amedrentado en el calabozo: han sido asesinados en un bar de Amara. La noticia le duele tanto como la paliza.
Aquel chaval era yo.
3. Un cuerpo en una calle. Para un periodista vasco el «conflicto» ha sido una constante. ¿Cuándo fue tu primer atentado? A algunos apenas dio tiempo a sentarnos: días después de llegar como becario a La Voz de Euskadi, a principios de los 80, me tocó el primero: un guardia civil asesinado en Errenteria. ‘Cubrir’ los atentados era un ritual siniestro y casi rutinario. Luego vendrían funerales, entrevistas a víctimas, rondas de condenas. Recuerdo una noche de domingo especialmente sórdida: yo estaba de Cierre, esperando que dieran las dos para salir a tomar unas cervezas. De pronto, una llamada del Gobierno Civil: han matado a un expolicía que jugaba a cartas en un bar de Eguía. Un asesinato casi clandestino: escribir prosa formularia («el atentado se produjo a la una, cuando un encapuchado…») para que el lector que ahora duerme se lo encuentre en el desayuno de mañana.
Hace un par de años, cuando mataron a Inaxio Uria, me tocó otra vez reconstruir en papel una vida truncada por la muerte. El sinsentido era cada vez más insorportable.
4. Un desayuno con Ordóñez. Un estudio de radio en la calle Miracruz. Gregorio Ordóñez, Gonzalez de Txabarri y yo compartimos tertulia. Al salir intercambiamos bromas, novedades sobre nuestros hijos y pronósticos en torno a la Real. A las cuatro de la tarde nos llega la noticia de que le han matado en La Cepa. La desolación es absoluta. Sólo una pistola podía frenar ese ciclón que era Ordóñez.
5. Una reunión con Santi. 2001. Fernando Berridi nos reúne en un despacho de este periódico: a mí me acaban de enviar a Teledonosti en comisión de servicios y Santi Oleaga debe chequear las cuentas. Quedamos en volver a vernos la mañana siguiente. Esa reunión no llegará: a primera hora matan a Santi, un ‘director financiero’ que muchos días iba a trabajar en bici y zapatillas.
6. Una casa de Alabama. Gente culta, lectora del New York Times e interesada por el mundo me pregunta por el drama vasco. Cuanto más pregunta más complicadas son mis explicaciones. «Llevo una vida en mi país y no lo entiendo. ¿Cómo explicarlo en media hora?». Cuando toca contar lejos nuestra ‘guerra y paz’ es cuando más cuenta te das de nuestra locura.
7. El fantasma de Aiete. Años 80. Ramón Labayen me lleva al Palacio de Aiete, recuperado por la ciudad. El conserje bromea: dicen que un fantasma planea por el palacio. Años después vuelvo con Odón Elorza: explica su proyecto de ‘casa de la paz’. El lunes un auto sacramental sirvió ahí de pista de aterrizaje para el fin. Es la enésima ironía del destino. ¿Qué dirán ahora las psicofonías de Aiete?
8. La visera de Josu Jon. Al principio no lo reconocí: paseaba de incógnito por Ondarreta. Josu Jon Imaz, hace años. Me auguró el final de ETA con precisión casi milimétrica: «No será una foto finish, sino un proceso con dientes de sierra en el que, un día, veremos que la pesadilla ha terminado». El jueves todos recibimos la noticia entre el cansancio y el escepticismo. ¡Claro que llega tarde!
9. La foto pendiente. El follonero de La Sexta se ha convertido en retratista de nuestra guerra. Su programa de hace un año, cuando Eguiguren adelantó lo que iba a llegar, es pieza de coleccionista. El domingo dio otra visión del país con nuestras cicatrices: borrando a ETA. La convivencia es la foto pendiente.
Ayer, de momento, hizo sol.