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Mitxel Ezquiaga

¡Ke paren la rotativa!

Antes de que odiemos a Gabo definitivamente (murió hace diez días, pero ya parecen diez años)

Muchos años después, ante el pelotón de fusilamiento, legiones de lectores seguiremos odiando el día que murió Gabriel García Márquez. No por su desaparición física (tenía una edad, una vida bien vivida y una obra literaria redonda) sino por el tsunami necrológico que se desató después. Y que habría horrorizado al propio Gabo.

Vamos a terminar odiando al autor de ‘Cien años de soledad’. Qué derroche de lágrimas, qué ceremonias tan excesivas, qué anecdotarios que parecen surgidos de la propia pluma del escritor (lo que hemos vivido sí es ‘realismo fantástico’).

Les supongo hartos de García Márquez, o más bien, del Gabocidio. Pero lo siento, ahora que empieza a remitir la marea (solo hace diez días de su muerte y ya parece que han pasado diez años) tengo que hacerlo: Él y yo. Cinco o seis notas sin importancia en esta esquina íntima antes de que odiemos a Gabo (a su pesar) definitivamente. Es, por así decir, una autogeografía.

 

1. Una pizarra en Leioa

A todos nos pasó lo mismo. De pronto, en la adolescencia, alguien pone en tus manos ‘Cien años de soledad’ y te deslumbra. En mi caso fue mi hermano mayor. Leer esa novela es un rito de iniciación, como el primer beso o el primer ‘barco’ producido por el alcohol. Luego, con los años, compruebas que el ‘realismo fantástico’ es el de la vida, no el de los Buendía y sus mujeres que ascienden a los cielos.
Pero esto es hoy una autogeografía de iniciaciones: comienzos de los 80, facultad de Ciencias de la Información en Leioa. Un joven profesor de la asignatura de Redacción Periodística escribe en la pizarra un nombre: ‘Gabriel García Márquez’, y una profesión, ‘periodista’. El profesor es César Coca (ustedes lo leen por aquí) y entre los alumnos estoy yo. Desde entonces algunos pensamos que el mejor Márquez es el reportero, el cronista del realismo… real.

 

 

2. Un libro en la calle Corrientes

Estos días, tras la muerte del escritor, muchos hemos revisado nuestros libros de García Márquez. Yo también. Y sentí un escalofrío cuando retomé un ejemplar que forma parte de una autogeografía con mayúsculas:  el libro ‘Notas de prensa, 1980-1984’, con escritos periodísticos de Gabo, que compré en 1993… en Buenos Aires.
El recibo de la compra está dentro del libro, guardado por fetichismo (al fin y al cabo fue un viaje feliz con la Princesa Rubia). Ahí lo pone: Librería Hernández, del número 1436 de la calle Corrientes. El coste, 18 (supongo que pesos ¿o quizás dólares?: eran momentos convulsos).
Todo real. Pero visto hoy, veinte años después, me resulta más fantástico que el propio Macondo…

 

3. Una aparición en Cuba

Más realismo fantástico, pero verdadero. Verano de 1994. Un grupo de periodistas vascos viajamos a Cuba al rodaje de Maité, la coproducción vasco-cubana. Una tarde una furgoneta nos lleva hasta la mítica escuela de cine de San Antonio de Baños para el acto de fin de curso, que preside el propio Gabo. Todo parece una ceremonia papal: el escritor aparece vestido de blanco, los alumnos e invitados se le acercan como a un santo y Él, en vez de andar, levita. Sonríe, da manos, habla y más que saludar, bendice a la gente. A los plumillas llegados desde la recia Euskadilandia la escena nos resulta demasiado religiosa.

 

4. Un desayuno en Sevilla

La culpa no es de García Márquez, sino de quienes le admiraron hasta el exceso: fue un hombre preso de la fama, enfermo de su propio éxito por la veneración de los demás. Hace unos días publicamos en este periódico una conversación deliciosa del periodista Tomás García Yebra con Gabo durante un desayuno en Sevilla. El escritor confiesa que ya no puede más con la fama: “pagaría por ser anónimo”.

Me fascina la fama como cárcel de sus víctimas. Leía la confesión d e Márquez («no puedo ir al cine, o a un restaurante, porque todo el mundo me para, me piden autógrafos o una frase ingeniosa, no me dejan ser uno más») y recordaba mis conversaciones similares con Karlos Arguiñano, por ejemplo. Son magnitudes, oficios y personalidades diferentes, pero el chef sabe bien que la ‘fama’ puede llegar a amargar. Ahí hay un documental por hacer, amigos.

5. Y el verbo se hizo carne en Biarritz

García Márquez terminó viviendo clandestinamente para evitar el asedio. ¿Por ejemplo? 1995. Biarritz. Se celebra el festival de cine latinoamericano y nuestra corresponsal de entonces, la entrañable Nathalie Goulet, llama al periódico. «Hay rumores de que va a aparecer por aquí García Márquez, pero nadie lo confirma».

Y apareció, sin ruido, sin anunciarse. Asistió a algunas proyecciones, concedió unas breves declaraciones y firmó algunos libros ante la cámara de nuestro compañero Mikel Fraile (es la imagen que se reproduce en este post). Y como llegó, se fue. Condenado a vivir sus propios ‘cien años de soledad’.

 

y 6. Una calle en Donostia’

Nos quedan sus libros. Y algunos podemos enorgullecernos de vivir en una ciudad, Donostia, con una calle dedicada a Macondo, vecina a la calle Obaba, territorio de Bernardo Atxaga. «No todo lo hice mal en el Ayuntamiento», me dice con ironía Ramón Etxezarreta, concejal ‘culpable’ de que haya calle Macondo en San Sebastián desde 1995.
Sí: estuvo bien. Un poco de realismo fantástico en una ciudad que también se mueve entre Kafka y los Buendía. Como la vida misma.

 

La vida, nada más

Sobre el autor

Curioso. Periodista de El Diario Vasco. Presento 'Keridos Monstruos' en Teledonosti. Ñoñostiarra, ma non troppo: hay vida más allá de la barandilla. O así


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