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Mitxel Ezquiaga

¡Ke paren la rotativa!

Escultores 'on the road': un mítico viaje en '4 latas' en 1968 (y el Dyane 6 de Oteiza, y el Audi de Chillida)

 

Sus protagonistas lo recuerdan hoy como una mera anécdota, pero fue un viaje que se ha convertido en una leyenda de culto en el microcosmos de la cultura vasca. Los artistas Remigio Mendiburu y José Antonio Sistiaga y el escritor y periodista Santiago Aizarna se embarcaron en 1968 en un Renault 4-L (¿o era un Renault 4-4?) y viajaron desde San Sebastián a Finlandia durmiendo en campings, disfrutando anocheceres y sufriendo amaneceres. O sea, viviendo.

Aquel coche se lo había prestado Nestor Basterretxea y por eso, tras la muerte del creador de Bermeo, ese periplo vuelve a la actualidad. «Pensé que me pedían el coche solo para hacer un recado… y me lo devolvieron un mes después», solía contar con humor el propio Basterretxea.

Es una historia mínima, si se quiere, pero apasionante para quienes disfrutamos con las historias mínimas. ¿Qué interés tiene el viaje de tres señores en coche a través de Europa? ¡Mucho! Es el cruce entre la épica solemne del grupo Gaur y la lírica de ‘On the road’, en la España negra de 1968 («entonces no era tan fácil salir del país», recuerda Aizarna) y la Europa cambiante del mayo francés. Es una historia que mezcla a Jack Kerouac con Godard, pero a la vasca. Y que humaniza a esos ‘totem’ de la vanguardia artística que hoy salen en las enciclopedias: el grupo Gaur también duerme en camping.

Han pasado más de 45 años de aquel viaje. Mendiburu falleció en 1990. Aizarna tiene hoy 86 años; Sistiaga, 82. Los dos siguen felizmente activos, escribiendo el primero, pintando el segundo. Pero tantos años después, cada uno cuenta detalles contradictorios. He hablado con los dos y resulta divertido ver cómo cada uno tiene sus propios recuerdos:

– Sistiaga dice que Basterretxea les prestó el coche «pensando que era para un rato… y nos lo llevamos tres semanas»; Aizarna cuenta que «Nestor iba a llevar el vehículo al desguace y antes de deshacerse de él nos lo dejó».

– Sistiaga cree que era un Renault 4-L; Aizarna piensa un 4-4… «y posiblemente de color verde».

– Sistiaga asegura que solo conducían él y el propio Santi; Aizarna afirma que conducían los tres.

Y así sucesivamente…

Pero qué importan los detalles. Los tres creadores querían ir a Finlandia para conocer a unos arquitectos que habían despertado su interés. Finlandia no era solo un país, sino una metáfora de libertad. «En el viaje de ida paramos días en París», relata Sistiaga. Luego atravesaron Holanda, Alemania, Dinamarca… «Cruzamos de Copenhague a Suecia en un ferry en el que todo el mundo iba borracho», dice Sistiaga.

Llegaron a Helsinki, siguieron hasta Turku… «Eran los meses del ‘sol de medianoche’, nunca oscurecía», explica Aizarna. Alguna vez se quedaron sin gasolina: hay que imaginar la estampa de estos barbudos empujando un ‘4 latas’ por los campos suecos.

Casi un mes después volvieron. Devolvieron el coche a su amigo Nestor (de quien tantas y tan buenas cosas cuentan) y cada uno regresó a sus quehaceres. Fin.

Yo también fui en Opel Corsa hasta un Berlín aún atravesado por el Muro o bajé en Ford Fiesta hasta el desierto marroquí; viajé en tren hasta Estambul o por la América profunda en el Amtrak. Pero no es lo mismo: hay un ‘glamour’ en blanco y negro en el periplo de Mendiburu, Aizarna y Sistiaga, y ellos son tres gigantes.

 

Samotracia es un utilitario

Dijo Marinetti, el poeta del futurismo, que es más bella la velocidad que la escultura de la Victoria de Samotracia. Las leyendas de la escultura vasca no eran Marinetti, pero les gustaban los coches.

El Dyane 6 de Jorge Oteiza es otro fetiche del arte vasco. El viejo coche en el que circulaba de Alzuza a Zarautz y de Orio a Bilbao quedó aparcado en un garaje cuando el escultor fue cumpliendo años. Su amigo el arquitecto Carlos López de Ceballos lo restauró y en mi álbum de recuerdos favoritos tengo un viaje desde Zarautz a Getaria en ese Dyane 6, con Ceballos al volante, un ya viejo Oteiza de copiloto, feliz como un niño, y servidor en el asiento trasero. Aquel coche terminó luego en manos de otro oteiciano, Iñaki Almandoz.

 

A Eduardo Chillida sí le gustaba la velocidad: tuvo coches grandes y rápidos. Otra de mis apasionantes vivencias de Tribulete fue el viaje en un Audi conducido por Chillida, de Igeldo a Chillida Leku, a una velocidad que habría hecho saltar los radares. Su hijo Luis heredó la pasión y compite. Y (atención: ¡noticia!) ya está inscrito para el próximo Dakar.

Pero esa es otra historia. Hablamos de escultores ‘on the road’: es un homenaje a Basterretxea, una figura de la cultura vasca… y el hombre que prestó un coche.

La vida, nada más

Sobre el autor

Curioso. Periodista de El Diario Vasco. Presento 'Keridos Monstruos' en Teledonosti. Ñoñostiarra, ma non troppo: hay vida más allá de la barandilla. O así


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