Podría escribirse una historia reciente de Gipuzkoa a través del restaurante Aldanondo. En sus mesas y ‘trastienda’ se gestaron operaciones políticas en la Transición, se sellaron gloriosas apuestas deportivas y se brindó por Conchas de Oro festivaleras. Hasta se jugaron partidas de cartas que según las leyendas se prolongaban hasta el amanecer.
El Aldanondo, nun clásico de la cocina clásica en un enclave clásico (la calle Euskal Herria, junto a la Parte Vieja) ha echado la persiana de forma discreta, y los clásicos, como Rafael Aguirre Franco, me piden que lo recordemos. “Era verdaderamente único, no solo por la calidad de su parrilla y productos sino por el ambiente que reunía”, me dice. “Allí se concentraba el mundo rural en su visita a Donostia. En el Aldanondo se acordaron las más famosas apuestas de la aizkora y fueron presentados los Campeonatos de diversas modalidades del Herri Kirolak, muchos de ellos organizados por el CAT. Su propietario Patxi es de Erregil y se le notaba pues formaba tertulias diarias en la primera mesa a la derecha, con ese mundo de deportistas, bertsolaris, etc”, cuenta Rafael Aguirre.
Ese restaurante fue, sí, la patria de aizkolaris y escritores, de pelotaris y cineastas, de familias y cuadrillas. Diego Galán solía llevarme ahí como si fuera su casa (bueno, Galán tenía más casas, como el Beti Jai, o después, Bernardo Etxea) y durante el Festival el restaurante era como una versión jatorra del María Cristina, repleto de gentes del séptimo arte. El Aldanondo fue el primer sitio donostiarra donde puso el pie Paul Auster, y aquella chuleta saldrá un día en una de sus novelas.
Patxi y su gente han cerrado el Aldanondo y el local está ahora a disposición de quien quiera recoger el testigo. Varios ilustres de la gastronomía local han echado ya el ojo. Se cierra una época, aunque señas de identidad del restaurante perviven en otros sitios. Su gran fotografía del viejo Kursaal y el viejo Gros, por ejemplo, ha cruzado la calle y se muestra en el Astelena de Ander Gonzalez. «Patxi era muy amigo de mi padre Alfonso y mío, y me pasó ese cuadro de tanto sabor para quienes vivimos aquí», me cuenta Ander, cuyo Astelena, por cierto, vivo un momento dulce de crítica y público.
Cierra el Aldanondo, pero quizás vuelva a abrir si alguien al final se anima a hacerse cargo del local. En los últimos años cerraron otros clásicos de la ciudad para no volver a abrir, como Nicolasa (bueno, ahora es una pensión de estilo neoyorquino), y otros han reaparecido en nuevas manos, como el Urepel o el Urola, que triunfa de la mano de Pablo Loureiro. Y también están los que cambiaron de alma, como el Panier Fleuri transmutado en Tsi-Tao.