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Alexis Algaba

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Tommy Haas, tiempo de resurrección

Estamos en Semana Santa, tiempo de pasión y de resurrecciones. También en el tenis. El domingo, coincidiendo con el día en que regresó del más allá Jesucristo según el calendario, otro tenista histórico puede volver al olimpo tenístico. No tendrá 33 años como Cristo resucitado, tiene más, de hecho cumplirá 35 el próximo miércoles. Sigue llevando una pequeña melena, pero nada parecido a sus primeros años como profesional, y mucho menos a la que llevaba el mesías cuando volvió a hacerse carne. Comparte también penitencia, dolores, olvidos y abandonos. Pero ha vuelto -otra vez- y David Ferrer es su penúltimo escalón para llegar a una final importante y poder coronarse como colofón a su carrera.

Tommy Haas se encuentra ante la oportunidad de su vida de conseguir un grande. Llega tarde, muy tarde diría yo, ya que no es habitual que un tenista demore su carrera más allá de los 32 o 33 años. Pero él sabía que el tenis le debía algo tras una carrera llena de baches y en la que su físico no le ha permitido tener la continuidad necesaria para estar entre los mejores. No hablamos de un tenista cualquiera. Hablamos de una raqueta que fue número 2 del mundo hace la friolera de 11 años. Debemos remontarnos al inicio del milenio para recordar al mejor Haas, el tenista que perdió la final del torneo olímpico en Sydney en el año 2000 contra el ruso Yevyeny Kafelnikov en cinco sets con solo 22 años.

De hecho, el de Hamburgo fue una de las figuras del juego de tenis más vendido de la historia, la primera edición de Virtua Tennis de Sega, en el que muchos de los que estáis leyendo esto ahora habéis jugado y que se publicó en 1999. Haas fue tenista de otra generación y solo mencionar las figuras con las que compartía cara en este juego hacen reflejar esta característica. Hace años que dejaron de circular por las pistas los Patrick Rafter, Jim Courier, Carlos Moya, el propio Kafelnikov, Tin Henman, Cedric Pioline, Thomas Johansson o Mark Philippoussis, con los que compartía roster en el juego de Sega.

Pero su historia nunca ha sido de videojuego y ha estado plagada de tachuelas que le han impedido caminar con firmeza. Hay que remontarse a 1996 para encontrar su debut en el circuito profesional. Fue en agosto en el torneo de Indianapolis ante la torre belga Dick Norman, al que venció, al igual que a dos rivales posteriores más, para enfrentarse en cuartos de final a Pete Sampras. En aquella ocasión Haas no pudo hacer nada ante el número 1 del mundo. Eso sí, un mes después en el torneo de Basilea pudo ganarle un set al maestro Pete. Una señal inequivoca en un chico de 18 años de que ahí había futuro.

El camino parecía el adecuado y el previsto para una gran estrella (sólo ganó un Master 1000) cuando alcanzó la segunda plaza del ranking en 2002. Parecía destinado a ser el siguiente en pisar la cima hasta que el infortunio se cruzó en su camino. Un accidente de coche con sus padres le destrozó un hombro y puso en serio peligro la vida de sus progenitores. Los quirófanos y el sentirse parte activa en la recuperación de sus padres le hizo que su vuelta se demorase hasta 2004. Sin ranking, tras estar más de un año fuera de las pistas, ‘Hasi’ afrontó su regreso con ganas de volver a brillar y dominar el deporte de la raqueta.

Pero su vuelta coincidió con el reinado inicio del reinado de Federer, la irrupción posterior de Nadal y la llegada un poco más tarde de Djokovic y Murray. Por ello nunca fue capaz otra vez de acercarse con convicción al top 10, aunque si coqueteó con victorias importantes y grandes encuentros. Pero tras cumplir los 30 años su nivel comenzó a menguar hasta situarse a duras penas entre los 40 o 50 mejores del mundo. Un par de años después pareció llegar su epílogo deportivo. En 2010 tuvo que afronta una operación de cadera y codo que le deja en el dique seco otra vez más de un año, lo que le hizo volver a arrancar de 0 jugando torneos challenger. “Podría haber tirado la toalla facilmente tras mi operación de cadera”, recordaba Haas hace apenas un año. Pero un pequeño ser, su hija Valentina, se convirtió en el mayor aliciente para volver a sentirse tenista. “Quizá si soy capaz de competir durante uno o dos años pueda regalar a mi hija el verme jugar a un nivel realmente alto”, afirmaba el alemán al comienzo de la temporada pasada. Dicho y hecho. Valentina tiene ya tres añitos y puede ver a su padre este domingo jugar su tercera final de Master 1000. Con 35 años ya es el jugador con mayor ranking a su edad (puesto 18 la pasada semana, aunque estará cerca del top 10 el lunes) y sigue dando guerra con su juego de seda. Todo un ejemplo de perseverancia.

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