Iñigo Urkullu ha jugado una baza segura para afrontar un mandato en Ajuria Enea condicionado de partida por la gravedad de la crisis económica y la necesidad que tiene el nuevo Gobierno de buscar aliados para superar los escollos de su minoría parlamentaria. Había pasado muy desapercibido en las quinielas, pero si la portavocía nunca es un puesto secundario en ningún Ejecutivo, adquiere una relevancia de primer orden cuando quien gestiona lo hace en solitario y sin apoyos más allá de la fuerza de su propia sigla. Pocas opciones mejores que Josu Erkoreka tenía ante sí el lehendakari para tratar de salvar cada semana la comunicación de las decisiones y cuitas del Gabinete y dotarle de ‘cuerpo’ político a un equipo donde priman los perfiles tecnocráticos y con limitada proyección pública. Erkoreka se convertirá, literalmente, en la voz de un Urkullu más cómodo en las bambalinas y el trabajo discreto que sometido al permanente escrutinio de los focos.
Por paradojas de la política, el hasta ahora jefe de filas del Grupo Vasco en el Congreso deberá lidiar, pero a la inversa, con la misma ‘geometría variable’ de la que fue protagonista bajo las legislaturas de José Luis Rodríguez Zapatero y que tantos réditos le aportó al PNV; especialmente en su confrontación con el exlehendakari López, con el que ahora tendrá que explorar entendimientos Urkullu. Erkoreka pasará de ser el ‘necesitado’ para poder gobernar a poner rostro a un Ejecutivo forzado por la necesidad de su minoría a tratar de trabar acuerdos a varias bandas, al menos en este arranque del cuatrienio. Hace un par de semanas, el dirigente bermeano no parecía estar en el secreto de sus nuevas responsabilidades, aunque sí en el del nombramiento de algún compañero de Gabinete. A partir del lunes habrá de adecuarse a un contexto político más contenido y menos estridente que el acostumbrado en el foro madrileño, con el desafío añadido de hacer realidad el recorte del 20% en la estructura de las sociedades públicas comprometido por Urkullu en su discurso de investidura.