Han bastado 24 horas al frente del Gobierno Vasco para que Iñigo Urkullu y su equipo hayan tomado conciencia de la zozobra cotidiana a que puede conducirles la apuesta por la ‘geometría variable’ -el abanico de pactos puntuales sin comprometerse con un socio predeterminado- para tratar de gobernar con sus insuficientes 27 escaños. En realidad, no es que no esté operando ya esa ‘geometría variable’, sino que lo está haciendo en sentido contrario al que habían concebido sobre el papel los peneuvistas. En Gipuzkoa, los segundos Presupuestos de Bildu saldrán adelante con el apoyo de los socialistas, que relevan así a los jeltzales en la foto del acuerdo que permitió hace un año a Martin Garitano y los suyos aprobar sus primeras Cuentas forales. En Alava, el rechazo del PSE y de Bildu al proyecto presupuestario del Ejecutivo del popular Javier de Andrés aboca a éste a la prórroga porque no le alcanza con el calculado ‘sí pero no’, en forma de abstención, prestado por el PNV. Para completar el puzle, que revienta el deseo del lehendakari Urkullu de llegar a la negociación de sus primeros Presupuestos con las Cuentas refrendadas en el resto de las instituciones con su partido como eje, el PP ha decidido complicarle la vida al peneuvista José Luis Bilbao en Vizcaya, cuyos Presupuestos también están enmendados por las dos fuerzas de izquierda.
Aunque el expresidente Zapatero se atribuyó el término para revestir de ampulosidad lo que, en muchas ocasiones, fue simplemente un ‘aquí te pillo, aquí te mato’ para poder gobernar con su insuficiente mayoría en el Congreso, la fórmula de la ‘geometría variable’ tiene un arraigo más antiguo en la Unión Europea. La fórmula alude a la posibilidad de acuerdos parciales entre Estados miembros al reconocerse la existencia de “diferencias irremediables” en la estructura de integración comunitaria. La cosa, expresada así, se parece bastante a la fragmentación territorial y partidaria de la mucho más pequeña Euskadi. La geometría se ha demostrado tan variable como inviable entre las principales instituciones del país. Y constituye un aviso para Urkullu de con qué va a tener que lidiar en el Parlamento.