En la semana en que se conmemora el Día de la Mujer Trabajadora, una mujer ha sido elegida para dirigir EiTB por primera vez en los 30 años de existencia del ente. Como es público, Maite Iturbe no ha sido la candidata preferente del PNV, que se inclinó por Mikel Agirre antes de que esta opción naufragara por el desitimiento de quien estaba a punto de ser elegido por el Parlamento como nuevo responsable de la televisión pública vasca. Una vez fracasado su nombramiento, Iturbe tampoco figuró entre las opciones inmediatas de los peneuvistas, obligados a cambiar el pie ante las objeciones del PSE a que el elegido fuera Jaime Otamendi o Bingen Zupiria. Finalmente ha sido Iturbe la que ha concitado el necesario respaldo de los socialistas para que su nombre saliera adelante, aunque repasando su perfil profesional y sus tres décadas en la ‘casa’ ambas cosas no difieren en exceso de las credenciales con que contaba Agirre para asumir el cargo propuesto. Si algún imprevisto no varía el guión, la hasta responsable de Producción y del centro de Miramón de EiTB verá añadido a su currículum esa denominación tan lustrosa de ser la primera mujer en capitanear una empresa de la envergadura del ente público vasco; y de hacerlo, además en la época más ingrata del autogobierno para gestionar los menguados recursos disponibles. Con su aceptación del puesto, Maite Iturbe pondrá otra piedra en trabajoso camino de la igualdad, en la quiebra del ‘techo de cristal’ que sigue frenando la incorporación de las mujeres a las más altas responsabilidades después de años de integración efectiva -y remunerada- en el mercado laboral. Pero lo hará a sabiendas de que ella no era la primera propuesta, en un país donde la presencia femenina en los principales cargos políticos e institucionales continúa respondiendo más a la obligación de las cuotas o a la mala conciencia -no defender la paridad está ya muy mal visto- que a una asunción real y sincera de que hay mujeres tan preparadas como los hombres para hacerlo bien. Y también para hacerlo mal.
Hace unos años, un grupo de militantes del PSOE, en su mayoría mujeres, emprendieron una campaña para reivindicar que María Teresa Fernández de la Vega se mantuviera al frente de la vicepresidencia del Gobierno y no atendiera los cantos de sirena de José Luis Rodríguez Zapatero para que liderara la plancha socialista a la Alcaldía de Madrid, plaza perdida de partida por el empuje entonces del dirigente del PP Alberto Ruiz-Gallardón. La revuelta surgió a raíz de un mensaje de Elena Arnedo, ginecóloga, feminista de largo recorrido, exconcejala en el Ayuntamiento madrileño y primera mujer de Miguel Boyer -dato permanente en su biografía que apenas se cita, a la inversa, en el caso del exministro-. Arnedo arremetió contra la “inveterada” costumbre de la “sociedad patriarcal” para recurrir a las mujeres cuando es preciso enderezar “un desaguisado”. Obviamente, el caso, la situación y las responsabilidades asumidas por Maite Iturbe son otras muy distintas. Pero ante las tentaciones, tan comunes, de poner en valor que vaya a ser la primera mujer al frente de EiTB, convendría no olvidar que la primera opción, las primeras opciones, fueron hombres. Y que la igualdad no solo depende de que todos, hombres y mujeres, disfruten de las misma posibilidades en condiciones de mérito y capacidad equiparables. También de que las mujeres que puedan sentirse impelidas a decir que sí al puesto que se les ofrece, interpretándolo como una conquista para todas las de su sexo, tengan el mismo derecho que sus colegas a responder que no.